Pequeñas presencias inmensas

Por Josefina Barrón. Escritor y comunicadoraMirar, avistar, escuchar, apreciar. Amar. Cómo, si no se nos enseña desde que abrimos los ojos que Lima tiene una extraordinaria cantidad de aves, esparcidas por parques, avenidas, orillas, acantilados y arenales.Abundan porque somos, después de Colombia, los de mayor diversidad en el mundo. Más de mil ochocientas especies, una quinta parte de todas las que existen en el planeta. Solo en el departamento de Lima, trescientas. En las últimas décadas, se descubrieron ocho especies nuevas para la ciencia.Tenemos la extraña sensación de estar sumergidos en un mar de cemento apenas salpicado por algunas islas verdes que lucen vulneradas. Oímos el estrépito de una modernidad procurada a rastras, aunque en cada uno de los árboles que persisten en ser limeños vive el gorrión, el cucarachero, el mielerito, el saltapalito, el cuculí, el pichisanka, el zarapito trinador, el turtupilín, con su plumaje rojísimo, el violinista, con el suyo de intenso azul, acompañando con su gorgojeo las cornetas de los heladeros. Como algunas otras especies, el violinista llegó desde la Amazonía en el bolsillo de algún traficante ilícito. Escapó de su cautiverio y hoy pinta los cielos panza de burro de la ciudad.No sabemos que el aeropuerto, por su extensión y por ser de acceso restringido, es hogar de huerequeques. Tampoco que nuestras huacas no son cementerios. Son refugios de vida para todas esas aves del desierto a las que les arrebatamos el suelo.La lechuza de los arenales y el pamperito se guarecen en la soledad de Mateo Salado, de Huantile, de Pucllana. No necesitan árboles para construir sus hogares. En los cactus que se yerguen sobre la parte alta del río Chillón, el canastero garantiza la protección de su nido. Hasta las zonas más escarpadas y...

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