Cuando París ya no es una fiesta.

AutorTimana La Rosa, Ruth Mar
CargoDisturbios por conflictos sociales en Francia

[ILUSTRACIÓN OMITIR]

El ejemplo francés nos muestra los límites y el revés de la medalla del particularismo cultural. La diferencia sexual es un dato biológico que no predestina a roles ni funciones sociales. No existe una psicología masculina y una psicología femenina impenetrables.

Los avances logrados por las mujeres en la sociedad francesa (la independencia económica, el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos y nuestra sexualidad, y la autonomía social es decir, la respetabilidad, el hecho de ser respetada y hacerse respetar sin necesariamente tener el estatus de esposa de...., o hija de ...) han contribuido a cuestionar estereotipos supremos y todopoderosos, y a abrir múltiples posibilidades de identificación a los géneros. Estos avances han sido y son aún cuestionados por el islam difundido en ciertas banlieue: una doctrina que señala a la mujer como inferior al hombre.

Bajo el lema del respeto a la diferencia cultural y de condiciones económicas y sociales asignadas a los inmigrantes venidos después de la Segunda Guerra Mundial una situación particular de violencia se ha desarrollado en los barrios populares.

La torre Eiffel, el Louvre, Notre Dame de París y otras representaciones forman parte del imaginario colectivo cuando hablamos de Francia. Menos representativas son las imágenes del SDF (sin domicilio fijo), la deserción escolar, la tasa de desempleo (9,9 por ciento), o las cifras de la violencia conyugal (10 por ciento de mujeres son víctimas).

En efecto, después de los avances jurídicos, sociales y políticos (en 1967 la ley que autoriza la anticoncepción, y en 1975 la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo) obtenidos en la década de 1970, y que marcan la predominancia de la cultura sobre la naturaleza, se observa una regresión en las condiciones sociales y económicas de las mujeres.

Representamos aproximadamente el 46 por ciento de la población económicamente activa (80 por ciento de 25 y 49 años) y continuamos siendo las más expuestas al desempleo y a los empleos precarios. De los 4 millones de puestos de trabajo de medio tiempo --sea este escogido ya que permite la conciliación entre vida profesional y vida familiar, o soportado a falta de encontrar un trabajo a tiempo completo--, 83 por ciento están ocupados por mujeres. Por el mismo puesto, una mujer gana 25 por ciento menos que un hombre. Altamente representadas en los servicios administrativos y en los servicios ofrecidos a las personas y a las empresas, las mujeres nos mostramos más discretas en la industria del automóvil, en la construcción de obras públicas, en la ingeniería informática o en la investigación científica. Y somos rarísimas en la cima de la pirámide: solo 30 por ciento ocupan puestos de dirección (paradójicamente, representamos el 55 por ciento del conjunto de diplomados), 3 por ciento son PDG (presidentas, directoras y gerentas) de empresas con más de quinientos empleados y estamos también subre-presentadas en los órganos de decisión de las grandes sociedades, en la administración pública y en los sindicatos.

Del total de personas beneficiarias de la renta mínima vital (RMI), 80 por ciento son mujeres y la tasa de desempleo femenino es más elevada que la de desempleo masculino. Más difícil de enumerar y observar estadísticamente es la degradación de las relaciones sociales entre los...

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