Pablo Guevara: la partitura del caos.

AutorHulerig, Enrique
CargoCULTURA

ACTO PRIMERO

Si Pablo Guevara hubiese nacido español, mexicano o argentino --para no salir del ámbito hispanoamericano--, e integrara, por lo tanto, una tradición literaria mejor promovida que la peruana, su obra ya habría convocado algunas cuantas tesis universitarias o, al menos, un puñado de estudios críticos. No es un ejercicio de estilo mencionarlo. En un medio como el nuestro, donde todos quieren estudiar a Vallejo o las revistas de poesía solo publican poemas, la obra impresa de Guevara, no tan vasta como debiera, aparece como una de las menos frecuentadas por lectores y crítica (casi habitualmente las mismas personas), a pesar de ser, por lo menos en los últimos cincuenta años, una de las que técnicamente más riesgos se ha permitido, si no muchos en el plano lingüístico --que sí los hubo--, bastantes más en el terreno literario, temáticamente más aglutinador y abierto que el primero, como es lógico.

Pero comencemos por el principio, es decir, por el espacio considerado metodológicamente correcto: la Generación del 50, cuya operatividad académica, en tanto grupo, es bastante difusa. De hecho, la noción de generación solo satisface el punto de vista cronológico pero no explica el (los) verdadero(s) momento(s) de plenitud literaria o adscripción histórica de alguien en particular, y que en nuestro país, debido a muchísimos factores que van desde lo personal hasta lo editorial, suele ser dramáticamente disímil de un autor a otro. Básicamente, el concepto de generación se origina en necesidades educativas y no en un enfoque objetivo de nuestra literatura. De acuerdo con la tesis del alemán Julius Petersen, de cuyo ensayo Die literarische Generationen (1930) procede la teoría generacional de José Ortega y Gasset, mentor de casi todo el establishment literario latinoamericano, y muy en particular del peruano, una generación se halla vinculada a un cambio histórico o, en menor medida, a una experiencia temporal común. En ese sentido, diríamos que las transformaciones en una sociedad se producen tras la reacción de un grupo contra el predominio de uno anterior; de allí que los grupos generacionales se definan por periodos que van entre los quince y los treinta años, espacio de tiempo equivalente, casi por lo general, a un ciclo histórico más o menos completo. Esta es la noción que caracterizó a la Generación de 1898, cuyo nombre procede del año en que España pierde sus últimas colonias ultramarinas (Filipinas, Cuba y Puerto Rico), así como a la Generación de 1927, que agrupa escritores en torno al año del tercer centenario de la muerte de Góngora.

En el Perú, el tema de las generaciones ha resultado en una suerte de desaguisado que se hereda, año tras año, casi como una tara genética insuperable y que nos obliga a crear tendencias principales y accesorias dentro de un grupo de autores a quienes hemos unido solo por criterios cronológicos hiperoperativos y que, además, convierte en marginales (o residuales) a escritores cuya obra se resiste a la cosificación.

El método no solo resulta inapropiado e insuficiente para comprender el comienzo y desarrollo de una producción individual de largo aliento o en la que ha habido un prolongado silencio editorial --como es...

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