Nunca más

Hace exactamente 25 años, las portadas de todos los diarios del país hacían referencia a la noticia que los peruanos habíamos esperado por años: la captura de Abimael Guzmán. Como sabemos, Guzmán fue el líder de un grupo de fanáticos que, durante años, aterrorizó al Perú con los actos de violencia más execrables que hemos visto en estas tierras. Sendero no solo asesinaba a sangre fría a sus ?objetivos políticos? (sin importar cuán inocentes eran); lo hacía con escarnio: a machetazos, delante de sus familias, dinamitando los cuerpos. Llegó a esclavizar poblaciones enteras.A mí no me sorprende que muchos miembros de esta banda no hayan mostrado señales de arrepentimiento. Es que, en primer lugar, había que haber perdido todo contacto con la realidad para ser parte de un grupo así. Estar completamente ciego para justificar una violencia tan encarnizada contra los más débiles, aquellos por los cuales decían luchar. Ser profundamente iluso, o ser un completo ignorante, para no entender que una dictadura absoluta como la que proponían solo podía traer infelicidad y abuso para la mayoría. Por otro lado, el arrepentimiento es consecuencia de la reflexión, y difícilmente se puede esperar reflexión de quienes le entregaron voluntariamente su mente a un chapucero simplón y megalómano como Guzmán.Yo opino que la mejor manera de rendir homenaje a quienes murieron defendiéndonos es recordando por qué lucharon y en qué consiste la victoria: en que podamos vivir en una sociedad en la que, a pesar de sus injusticias y limitaciones, es mil veces superior que la que ellos imaginaban. Una en la que podemos elegir a nuestros gobernantes y donde no es delito pensar distinto que ellos. Una en la que podemos meter a la cárcel...

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