No es país para cobardes

Por Periodista

Se puede pasar a la historia por múltiples razones: por haber actuado con heroísmo, con arrojo, con extrema bondad, pero también por haber actuado con maldad, insania o crueldad. Por razones opuestas, Miguel Grau y Abimael Guzmán serán recordados toda la vida por los peruanos. Uno como ejemplo a seguir, el otro como un asesino miserable.Pero hay determinados comportamientos que vuelven a sus protagonistas intrascendentes: la pusilanimidad y la cobardía, por ejemplo. Puede que un cobarde sea recordado un tiempo por algunos, pero no será recordado siempre por todos. Su escasez de aplomo lo condenará al rincón donde permanecen los que desataron profundo hastío.Y eso es lo que podría definir este año y medio en el que hemos tenido que soportar a un gobernante como Pedro Castillo y a la mayoría de sus ministros. Teníamos experiencia en autoridades corruptas, mentirosas, ladronas o crueles, pero creo que nunca habíamos sido gobernados por tanta desidia. Y es que, si un desidioso es una persona que tiene falta de ganas e interés y que no pone ningún cuidado en hacer una cosa, pues Castillo lo fue en extremo. Ni siquiera se esmeró a la hora de robar, pues dejó regadas las pruebas de su corrupción hasta en la tapa del wáter de Palacio. Y no fue por inexperiencia, como alguna vez pretendió hacérnoslo creer. La displicencia fue hija del absoluto desprecio que siempre tuvo por el cargo que ocupaba.Hace poco, estuvo el profe Ricardo Gareca dando charlas a jóvenes sobre cuál fue su estrategia para sacar adelante a la selección peruana, a pesar de las enormes dificultades que encontró. Emocionaba escucharlo decir que lo primero que les inculcó a los chicos de la selección fue que cada vez que se ponían la camiseta peruana no estaban usando un polo cualquiera, sino un símbolo. Les machacó el sentido de pertenencia, pero sobre todo el de representación. Cuando los jugadores salían a la cancha, cuando llegaban a un país, cuando caminaban por la calle lo hacían...

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