La niñez se acaba muy pronto en las chancherías

Por Alberto Villar CamposPara llegar a Jesús, a José y a Laura debe atravesarse una vía rodeada por toneladas de desmonte, pistas semiderruidas y montañas de basura. Hay también cuerpos de perros muertos desperdigados, grandes campos de tierra, almacenes de multinacionales y, sobre todo ello, un cielo gris, un paisaje frío. Y un colegio nacional, el Virgen del Carmen N° 7077, uno de los muchos de Villa El Salvador en donde los niños han cambiado a la fuerza su fórmula lógica de vida (estudio más descanso) por una división absurda: trabajo sobre estudios. Jesús llegó hace 7 años de Aucayacu, Tingo María, junto con su madre y sus abuelos. ?Los terroristas me amenazaban con llevarse a mis hijos. Al final se llevaron a mi yerno. A mí me dijeron que me fuera?, cuenta el abuelo, quien se trajo a la familia a un pampón alejado, lleno de parcelas y corralones mugrientos habitados por miles de cerdos.La familia de Jesús era ?y es? una de las decenas que hacían ?y hacen? crecer un negocio informal y peligroso. Y aunque al comienzo criar y vender cerdos alimentados con restos de comida, cartones, papeles y basura parecía el camino correcto, pronto el sueño se hizo pesadilla: el dinero no alcanzaba ni para alimentar a los animales. El abuelo multiplicó sus horas de trabajo, y Jesús y su hermano despidieron a su niñez.?Antes parecía un loquito: a veces amanecía y lo encontrábamos durmiendo junto con la comida de los chanchos. Decía que recordaba el ruido de los helicópteros y los bombazos, pero los psicólogos dicen que pasará?, cree el abuelo. Como él, todos los que aquí cuentan su historia (con nombres ficticios) están en riesgo: así de vengativo y violento es el negocio de las chancherías.Es algo que vale 20 soles por una semana de trabajo limpiando los corrales de los vecinos tres horas al día o pasando seis horas más recogiendo huesos de pollerías en un camión.?Los chicos no tienen un horario fijo, pueden trabajar de 9 p.m. a 3 a.m. y levantarse tres horas después para limpiar los corrales de sus casas?, explica Begonia Rodríguez, quien monitorea a un grupo de 8.134 menores que apoya en la ciudad el programa Pro Niño, de la Fundación Telefónica.Las...

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