Natali y la playa.

CargoDIARIO VIVIR - Cuento corto

[ILUSTRACIÓN OMITIR]

El mar es una idea que ronda en su cabeza. Lo imagina abierto, generoso, donde corre una brisa incapaz de alterar su pelo bastante corto. Solo ha podido ir, sin embargo, una vez. Fue a Santa Rosa, un mar bravo, y le tomó algunas horas trasladarse desde San Juan de Lurigancho, un distrito ubicado al nordeste de Lima, muy poblado y que imagino de tierra ardiente y seca durante el estío. Este verano 2013 ha sido intenso y dentro de poco hará su paulatina despedida de nuestro litoral. Pensaba ir a León Dormido, pero la iniciativa fracasó. "Está lejísimos del lugar donde vives", le dije. "Queda al sur". Por un instante traté de representármela en el mar de Santa Rosa: ella es menuda, pesa alrededor de 45 kilos, tiene 22 años, es de piel chocolate o, como queda mejor en su caso, de color capulí. Se llama Natalí Espíritu y con ese nombre a cuestas se desplaza en Lima como si fuese, verdaderamente, un ser trasparente.

El viaje de su casa, donde vive con una familia extensa, a su centro de trabajo, en Miraflores, al lado de la Clínica Anglo Americana, le toma dos horas (y dos horas la vuelta). La Lima de Natalí es gigantesca, y son varios millones de personas las que se ven obligadas a recorrer a diario esas distancias. Sale a trabajar a las 7 de la mañana, llega al consultorio dental a las 9 y allí se queda todo el día. Su tía es la encargada de prepararle la lonchera. Trabaja hasta las 9 de la noche y llega a San Juan de Lurigancho a las 11. Cena, ve algo de televisión y se acuesta.

"Te imagino en la playa", le digo. "O mejor dicho, trato de imaginarte, porque aquí te veo con esa burka agfana o con ese pañuelo parecido al de las monjitas de la orden de Santa...

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