Muerte en el jardin.

CargoCULTURA

[ILUSTRACIÓN OMITIR]

En el ejemplar que tengo de la antología Canto villano, publicada en México en 1986 por el Fondo de Cultura Económica, en su serie Tierra Firme, hay una dedicatoria concisa: "Para Balo, de Blanca." "Para qué más", me dijo. Claro, así es su poesía: un lugar donde no sobran las palabras. La edición estuvo al cuidado de Rafael Vargas, su amigo, el poeta diplomático.

En Trujillo se realizó el gran recital de poesía: Blanca Varela, Jorge Eduardo Eielson, Javier Sologuren, Antonio Cisneros, Rodolfo Hinostroza y yo leímos un poema por cabeza. Esa era la consigna impuesta por Blanca. Ella leyó "Casa de cuervos", ese poema estremecedor, demoledor e impresionante. Yo leí "Ese lago era azul." Ella escribía sobre sus hijos; yo, sobre mi madre. Nos habíamos puesto de acuerdo en secreto.

La muerte de su hijo Lorenzo fue devastadora para ella, para su corazón, su cabeza, para sus piernas. Fue demasiado. No lo pudo soportar. No tenía asideros religiosos, no creía, estaba sola en la nada. Cerca del acantilado me mostró un lugarcito donde estaban sus cenizas. "Sabrá Dios --me dijo-- si son las suyas".

Blanca escribió lo necesario. En México, en 1959, publicó Ese puerto existe, inspirado en Puerto Supe. En 1963, con...

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