Los motores que Lima necesita

Por Raúl Castro. Periodista y antropólogo

Un venezolano llegó a Lima a decirnos cosas que no queremos oír.

Decía que aun cuando formamos una megalópolis de casi 9 millones habitantes, que reúne el 30% del talento nacional, no producimos nada muy competitivo.

Decía que aun teniendo un histórico puerto a nuestra vera –Callao, el que alguna vez fue el más importante de América– no exportamos prácticamente nada que se haya elaborado industrialmente en la ciudad y que se haya creado en modo innovador, con resultados distinguibles en el mundo.

Decía que nuestra informalidad es exactamente lo opuesto a ser modernos, y que el espacio urbano que nos contiene, caótico e improvisado como es la antítesis de un centro laboral que promueva un progreso sostenible a largo plazo.

Ricardo Hausmann es el aguafiestas del caso, el que se atrevió a cuestionar el "milagro peruano” y el optimismo de los limeños. Es el polémico director del Centro para el Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard, quien llegó a la capital a decirnos cuatro verdades y a dejar la bola picando con una pregunta inminente: ¿Y qué hacer para salir de este cuadro mediocre?

"Hay que dejar de seguir a Chile”, sugirió, en principio, el domingo pasado en el suplemento Portafolio. "A los chilenos les encanta compararse con California. Yo les digo que son igualitos, pero sin Silicon Valley y sin Hollywood”.

La ironía de Hausmann no es una metáfora. Se refiere no solo a la necesidad de diversificar los productos de nuestra canasta exportadora ârecursos mineros primarios como oro, plata o cobre, y agroindustriales, como espárragos, paltas o uvasâ sino sobre todo a orientar esta diversificación hacia las actividades que ya hoy son las matrices de la riqueza universal: la economía...

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