Los señores de las moscas

Por RaÚL CASTRO. PERIODISTA Y ANTROPOLOGOComo en la memorable novela juvenil de William Golding, ?El señor de las moscas?, entrar a La Parada partiendo de la estación Gamarra del tren eléctrico es penetrar en una selva en la que las cabezas de cerdo te reciben en señal de advertencia.En la novela, unas testas de cochino salvaje aparecen clavadas en lanzas que marcan territorios prohibidos. En La Parada, impacta verlas también, pálidas como la muerte, peladas y desmesuradas, aún unidas a cuerpos inermes de porcinos sacrificados quién sabe en qué matadero y bajo qué particulares circunstancias.Como ya es de dominio público, un año después de que la comuna limeña y la policía intentaran clausurar el otrora mercado central de abastos de la ciudad ?con los trágicos resultados que todos conocemos? La Parada sigue ahí, funcionando, reconstituyéndose a paso lento pero sostenido.La venta, es verdad, no es la que fue en sus épocas de abundancia. El movimiento de cebollas, papas o choclos a gran escala resiste, todavía. Aunque lo que resalta ahora es la trata de otros productos perecibles como el limón o el tomate, al lado de reses y pollos que, para ofrecerse al menudeo, evaden montones de basura, capas de barro de varios centímetros, y la sensación siempre presente de que algo o alguien más está ahí, detrás de uno, siguiéndonosy#8230;, zumbando?Con los comerciantes mayoristas más estructurados operando ya en el nuevo mercado de Santa Anita, la pregunta del millón es ¿quiénes se han quedado ahí, para qué y qué economía subterránea permite su mantenimiento?Un estudio del Centro de Análisis para la Resolución de Conflictos de la Universidad Católica, previo a los...

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