Morir por la hacienda

Por Historiador y profesor de la PUCPEl Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta. Aunque en cierta forma resultaba previsible, no ha dejado de ser conmovedor el espectáculo de estos días de un ministro de Economía inmolado en la hoguera de la reforma fiscal. Y es que pocas cosas deben ser más delicadas en el arte de gobernar que meter mano en el esquema tributario. En la historia, estas aventuras han terminado frecuentemente en guerras (recuerden la del salitre, cuando el gobierno boliviano de Hilarión Daza decretó el aparentemente nimio impuesto de los diez centavos), revoluciones (la que terminó con la independencia de Estados Unidos, a raíz del impuesto al té) o en el derrumbe de un régimen (como en Francia de 1789). ?Los reyes viven por la hacienda, pero también mueren por ella? fue un aforismo con que en el pasado se reflejó esa tensión entre el deseo de los gobernantes por aumentar sus ingresos, y la resistencia de la población a alimentar ese tesoro, al mismo tiempo público y ajeno. Para lidiar con los asuntos ?de hacienda? es que, un par de siglos atrás, fueron inventados los economistas, pero el componente político que al inicio tuvo la ciencia económica, con el tiempo fue siendo obviado en aras de un saber cada vez más técnico y, supuestamente, científico. Los mejores esquemas tributarios son aquellos que gozan de estabilidad y predictibilidad a lo largo del tiempo; en los que ninguna novedad puede sorprender o infundir zozobra entre las personas; pero a la vez ocurre que periódicamente se vuelve necesario actualizar el esquema fiscal. Debido al propio desarrollo económico y social los gastos de los gobiernos se van volviendo mayores y más complejos (la así llamada ley de Wagner), el sistema fiscal vigente va siendo perforado por leyes de exención o maniobras de elusión que, con el paso del tiempo, van perfeccionando los agentes económicos, a la vez que aparecen nuevas formas de enriquecimiento no previstas por la ley. Pero sea porque en nuestro Perú el talento fiscal haya escaseado, o porque los gobernantes se hayan mostrado comprensiblemente timoratos a la hora de ponerle el cascabel al gato, las reformas fiscales importantes y enérgicas solo han sucedido cuando no hemos tenido de otra. Por ejemplo, tras la guerra del...

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