?El modelo económico está yendo también a las urnas este 10 de abril, solo que de un modo casi plebiscitario. Es decir, con un p

Por Al servicio del país desde 1839La filosofía del ?voto perdido? y su anverso (la del ?voto ?útil?) son probablemente tan antiguas como la democracia. El razonamiento que las sostiene es sencillo: ¿de qué me sirve votar por una opción que expresa exactamente lo que yo pienso, si no tiene chance de ganar y de esa forma, además, facilito la llegada al poder de una opción que representa más bien todo lo que yo rechazo? Se trata, por supuesto, de una filosofía que se aplica al voto presidencial y no tanto al congresal, porque mientras aquel es una apuesta a ?todo o nada?, este está diseñado para que mayorías y minorías alcancen representación en el Legislativo.En lo que concierne a la historia política peruana reciente, quizá el ejemplo más acabado de aplicación de esta filosofía se dio durante las elecciones de 1980, cuando salíamos de una dictadura militar de 12 años, y la democracia y la libertad eran valores que los votantes estaban interesados en asegurar por encima de todo. En aquella ocasión, Fernando Belaunde, de Acción Popular, logró sacarle una ventaja considerable al más cercano de sus contendores ?Armando Villanueva, del Partido Aprista, que conservaba todavía una aureola sectaria y violenta? gracias a una publicidad que decía que el voto por él era ?el voto que no se pierde? y que atrajo hacia el arquitecto a muchos electores naturales del PPC y la izquierda.Hoy los peruanos enfrentamos la siguiente situación. Hay una candidata, Keiko Fujimori, que con toda seguridad estará en la segunda vuelta y que, así como genera en algunos una adhesión a rajatabla, suscita en otros un rechazo visceral y entendible teniendo en cuenta el recuerdo de la violación sistemática del Estado de derecho y la no menos sistemática corrupción que caracterizaron al gobierno de su padre. Y la magnitud de este sentimiento es tal, que eleva significativamente las posibilidades de acceder al poder a quien quiera que sea su eventual contrincante. Es decir, tiene una especie de efecto trampolín, que hace crecer inmediatamente a cualquier candidatura que pase a disputarle la segunda vuelta, sumándole más apoyo que el que normalmente hubiera tenido.Este último efecto ocasiona que acaben teniendo oportunidades de acceder a la presidencia personas o proyectos que de otra forma no hubieran sido los preferidos por el electorado. Dicho de otra forma: es un efecto que distorsiona nuestras elecciones, al hacer que los ?antis? pesen más que los ?a favor?.Nos guste o no...

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