La mirada fija en los suenos.

AutorCueto, Alonso
CargoCULTURA

En una ocasión, mientras paseaba su langosta, atada con una cinta azul, por los jardines del Palais Royal, alguien le preguntó qué lo había llevado a preferir esa mascota. Gerard de Nerval no se inmutó. Pasear una langosta tiene dos ventajas, dijo. Una es que no ladra, la otra es que conoce los secretos del mar.

Lo que, a la luz de su biografía, nos parece hoy probable, es que esta respuesta, así como muchas anécdotas suyas, revela a alguien que se tomaba sus bromas totalmente en serio. Cuando lo encontraron ahorcado, la madrugada del 26 de enero de 1855, en la sórdida calle Vieille Lanterne de París, tenía alrededor del cuello un cordón blanco que días antes le enseñaba a sus amigos. A algunos les había comentado, con un tranquilo orgullo, que se trataba de la liga que había usado la reina de Saba.

Lector de Poe y de Hoffmann, de quienes iba a heredar la visión de las pesadillas y los espectros femeninos, Gerard de Nerval, de cuya muerte se cumplen ciento cincuenta años, no fue debidamente reconocido durante la segunda mitad del siglo XIX. A pesar de la admiración de Baudelaire, su obra poética y narrativa solo fue revalorada en el siglo XX y el primer escritor en hacerlo fue Proust. Ensalzado por los surrealistas, hoy su novela Aurelia es una visión de primera mano de un mundo de alucinaciones y de sueños concretizados, un texto exquisito y visceral que superpone naturalmente los discursos de la lucidez y las asociaciones del delirio. Aurelia cuenta sueños y pesadillas al mismo tiempo que narra estados de ánimo. Su fin declarado-->--anticipa tanto a Freud como al surrealismo.

La vida de Nerval fue corta y marcada por el signo de la obsesión. Nació en París el 22 de mayo de 1808, como Gérard Labrunie. Su padre fue el doctor en medicina Étienne Labrunie. Si hay algún hecho decisivo en su vida, aquel que define un camino sin retorno, fue con toda seguridad la muerte de su madre. Pocas semanas después de ver nacer a su hijo, el doctor Labrunie fue nombrado médico adjunto de la Armada Imperial y a fines de ese año fue destinado a la Armada del Rin. Su esposa, Marie-Antoinette Laurent, la madre de Nerval, decidió seguirlo. El pequeño Gérard fue entregado a su tío abuelo materno, Antoine Boucher, en cuya casa de Mortefontaine, en Loisy, Gérard pasó sus primeros años.

Uno de los testimonios que nos queda de su infancia es pictórico. En 1864, Corot iba a pasar por su tierra natal, Mortefontaine, donde iba a pintar sus famosos cuadros, Recuerdo de Mortefontaine (que hoy se conserva en el Louvre) y El botero de Mortefontaine. Como Nerval, Corot pintaba los objetos distantes de un modo que los hacía parecer próximos. Es una atmósfera vaporosa y sin embargo de una densidad y de una inmediatez concretas, una integración del sueño y la realidad tangible. Los bosques de Mortefontaine, en cierto modo, estuvieron siempre presentes en sus poemas y novelas.

[ILUSTRACIÓN OMITIR]

Su madre murió en Silesia dos años después de dejarlo. Gérard nunca la conoció y declararía varias veces que ni siquiera llegó a ver un retrato de ella. Sin embargo, la oye. De niño le leen las cartas que ella escribió desde las orillas del Báltico o del Danubio. Oye sus palabras, la reconstruye en sus frases. En Promenades et Souvenirs, Nerval declara que quizá su pasión por los viajes fue el resultado de aquella voz muerta que le hablaba en las cartas. Todos los países extranjeros eran el lugar donde ella había vivido.

El hecho de que la única huella de su madre fueran las palabras probablemente lo...

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