El Mineirazo y otros recuerdos

Por Pedro Ortiz Bisso. PeriodistaNo recuerdo exactamente cuándo fue. Solo sé que aún no anochecía. Caminábamos por Paseo de la República cuando mi padre preguntó si quería ir al estadio. El Nacional tenía un color parecido al cielo limeño que afeaba su imponencia. Entramos sin pagar ?junto con la ?segundilla?? y la imagen que me quedó grabada fue la de un embudo gigantesco, cubierto de bancas de madera y escalones de cemento, que encerraba un pequeño rectángulo de césped donde unos desconocidos perseguían una pelota. No tengo idea de quiénes jugaban, pero por alguna razón nunca pude sacar esa visión de mi cabeza.También recuerdo el Ford Galaxie de mi tío, un coche de color fúnebre, abriéndose paso por la ciudad eufórica, mientras con mi hermano y mis primos arrastrábamos tiras de papel celebrando un triunfo de la selección, seguramente con un gol de Cachito.Existen una serie de hechos que marcan nuestras vidas, que son imposibles de olvidar. El quechua siempre lo relacionaré con el ?Tawa canal Limamanta pacha?, repetido en las tardes setenteras de Canal 4; el olor a gasolina a los letreros de Gulf de los viejos grifos,y el fútbol alemán a los goles de ?Migajita? Littbarski narrados con la voz inconfundible del colombiano Andrés Salcedo.Cuando Uruguay acabó con los sueños de Mundial de Brasil, el 16 de julio de 1950, las 200 mil personas que repletaban el Maracaná enmudecieron abruptamente. Los cánticos de alegría se tornaron en lágrimas y quejidos. Hubo suicidios, maldiciones y juramentos. Moacir Barbosa, el mejor arquero de la época, se convirtió en el culpable de la tragedia nacional por no haber impedido los goles uruguayos.Muchos años después, ya retirado, Barbosa no pudo entrar al campo...

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