Entre el miedo y la maldad

Por - GISÈLE VELARDE-FilósofaTodos los derechos presuponen el derecho a la vida. La vida aparece como un derecho inquebrantable. Si no fuera así resultaría más difícil justificar los derechos fundamentales de toda persona, como son la libertad de conciencia, de opinión, de religión, de reunión, de elección, etc. Por eso cuestionar el derecho a la vida es necesariamente un tema incómodo y delicado: implica abrir la puerta a temas difíciles como el aborto, la eutanasia y el suicidio. Involucra situarnos en el límite entre la vida y la muerte. Conlleva siempre la posibilidad de decir ?no? a la vida y eso nos atemoriza profundamente. Esta es la razón de fondo por la que no queremos debatir públicamente sobre el aborto. De ahí que resulte más fácil llamar ?asesina? a una mujer que aborta o delegar la decisión al Estado para no tener que pensar al respecto.Sin embargo, la vida no tiene valor por sí misma. Esto ha quedado claro cuando en los múltiples debates ético-políticos y filosóficos se ha llegado a la conclusión de que no es posible determinar si los derechos son ?o no son? inherentes al ser humano. Lo que también ha quedado claro en la Ética es que respetar libertades y mantener derechos es necesario para promover la vida, pues ello hace nuestra vida mejor, permite una convivencia más justa y reduce el abuso. Dicho de otra manera, somos nosotros los que le damos valor a la vida y lo hacemos precisamente universalizando derechos y valores, a través del uso de la facultad que nos hace seres humanos: la razón. Es decir, ejerciendo nuestra capacidad de pensar, de dialogar, de intercambiar argumentos y de llegar a acuerdos. Gracias a nuestra razón, podemos también comprender tanto al creyente religioso que se...

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