Ni mal ladrón ni buen ladrón

Por Juan Paredes Castro. Editor central de políticaCada vez que estamos frente a sospechosos o evidentes actos de corrupción, brota en un lado todavía relajado de nuestra cultura política la pregunta impertinente de por qué el dignatario público A o el dignatario público B no fue más hábil e inteligente a la hora de cometer los delitos materia de denuncia e investigación.Lo decente y ético ?más que lo hábil e inteligente? es que no debió haberlo hecho jamás.Un Estado que se respeta no puede basar su moral en la suerte del buen ladrón y en el castigo al mal ladrón. Ante todo, no solo tiene que evitar, sino exhibir el firme principio y la probada capacidad de que quienes son elegidos para servirlo no puedan robar un céntimo.Para horror del destino peruano, el servicio público, al que el presidente Ollanta Humala quiere mejorar con un doble discurso (sí a la meritocracia y no a las evaluaciones y depuraciones) viene a ser algo así como la ?rueda de la fortuna? tanto para quienes buscan parasitar en la burocracia como para servirse de ella y de las arcas fiscales.El Perú no ha construido todavía la real y efectiva capacidad de combatir la corrupción, no porque no lo hayan querido o no lo quieran los peruanos, sino porque gobernantes y legisladores elegidos en los últimos veinte años, con la excepción de Valentín Paniagua (que mandó a la cárcel a comandantes generales y primeros ministros, sin que le temblara la mano) no han tenido el coraje de crear precisamente las condiciones legales y coercitivas para que funcionarios de todos los niveles, del más ?pinche? al más encumbrado, no se atrevan a...

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