Maestra de una tradición

Por Diana Quiroz

Doña Genoveva Núñez Herrera le tiene pánico a los rayos. Los temores revivieron hace un mes por los inusuales fenómenos naturales registrados en Lima, pero se remontan a su niñez en Ollantaytambo. Una noche, en ausencia de su madre, oyó un extraño ruido. Era el rugido de un puma sobre el techo de su casa. Asustada, apenas pudo moverse. Casi al mismo tiempo una luz con forma de cuchillo cayó del cielo sobre una olla, dejando como único rastro un agujero enorme. Alrededor, cuyes, patos y gallinas yacían muertos. Ella, con los oídos a punto de reventar, despertó a sus hermanitos y corrió junto con ellos a la vivienda de unos vecinos. La mujer que los acogió le dijo a Genucha, como cariñosamente la llamaban, que los cerros la querían como ofrenda, y le obsequió una cruz de chonta ?para que no atraiga al rayo?.Siete décadas después de ese episodio, la humilde niña de esta historia es una curtida artesana de 83 años que ha sabido amalgamar los recuerdos acumulados en su vida con el imaginario cusqueño que nutrió su infancia. El Premio Nacional Amautas de la Artesanía Peruana que acaba de recibir confirma su influencia como retablista, así como su invaluable aporte en la transmisión de conocimientos ancestrales a las nuevas generaciones.?Los hilos del destino?El largo camino que Núñez ha recorrido ha estado marcado por el esfuerzo y la determinación de sus actos. Mucho antes de conocer al maestro ayacuchano Jesús Urbano Rojas, de quien aprendió todo lo que sabe del arte del retablo, trabajó en una hacienda, y luego, ya en Lima, como empleada del hogar. Todo ese sacrificio tenía un solo objetivo: forjarle un mejor destino a su único hijo, Eustaquio Pomarrosa. ?Cuando llegué a Lima solo tenía segundo de primaria, pero quería que él terminara los estudios superiores, que sea un hombre de bien?, cuenta. Cumplida esa misión, se impuso la tarea de construir su propio hogar en Huampaní. Allí un anuncio radial la llevó al Centro de Desarrollo Artesanal de la zona con la idea de aprender nuevos puntos de tejido y especializarse en esta rama. Sin saberlo, esa decisión cambió su destino.La primera vez que vio a quien se convertiría en su esposo fue durante una celebración del centro. Urbano, profesor de imaginería y retablo, recitó un poema que a ella le gustó mucho, y una de sus compañeras se encargó de contarle quién era aquel hombre de rostro adusto. Un encuentro casual frente a una laguna hizo que intercambiaran palabras. Él le dijo...

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