La llamada de don Nicanor

Por Enrique Planas

Cuando me encontré trabajando en una sala de redacción, debí aprender a convivir con el permanente repiqueteo del teléfono. El progreso ha extirpado gran parte de los ruidos tradicionales del oficio. Yo alcancé los discordantes conciertos de las máquinas de escribir y el gruñido de los teletipos. Ahora todo ha sido silenciado por un discreto teclado de computadora. Pero el timbre del teléfono permanece, en una infinita gama de melodías electrónicas, como una molestia inevitable, tortura cruel durante el cierre de edición.

Eso pensaba hasta que llamó don Nicanor.

Había pedido a la operadora que le comunicara con quien pudiera escuchar sus críticas a una nota publicada, sin firma, sobre un aniversario de la plaza San Martín. Al no encontrar a nadie disponible, me derivó la llamada. Sobre el ?deadline?, intenté hacer lo que dicta la norma: seguir el hilo de su conversación con amabilidad, escuchar todos sus reclamos sobre el texto en cuestión y prometerle que le haría ver al redactor responsable todos los errores que él, pacientemente, me enumeró.

Seguir el plan fue imposible. Don Nicanor había hecho conmigo lo que todo buen narrador: envolverme con sus recuerdos sobre las fiestas por el centenario de la Independencia, cuando él, siendo un niño, asistió a la inauguración del monumento. Al final de la conversación, don Nicanor me confió sus 85 años de edad como única seña de identidad antes de despedirse, prometiendo continuar con el relato de sus...

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