Lecciones de una tragedia

Por Pedro Ortiz Bisso. Periodista

Además de enlutar a dos familias y sumir en el dolor al país, el trágico accidente del globo aerostático en el sur ha puesto de manifiesto nuevamente las gigantescas e inacabables tenazas de la informalidad, y cómo no solo el Estado o las autoridades locales, sino también los ciudadanos de a pie hacen poco o nada para combatirla.

Según la Dirección General de Aeronáutica Civil (DGAC), Globos Perú S.A.C. era en los hechos una empresa de papel. Solo contaba con permiso para realizar actividades aerodeportivas y de recreación, y carecía de un certificado para llevar a cabo operaciones comerciales. Para obtener este permiso, tendría que haber inscrito la aeronave en la Superintendencia Nacional de Registros Públicos (Sunarp) y someter a evaluación sus equipos y manuales de operación, además de cumplir otros requisitos. Nada de esto hizo.

Aunque su representante intentó minimizarlo, resulta inconcebible que el bendito globo no contara con salvavidas para sus pasajeros ni con un GPS o algún otro instrumento que permitiera su rápida localización en caso de que ocurriese un accidente como el del domingo.

Era, pues, una empresa informal por donde se la mire, que prestaba servicios sin los requisitos mínimos de seguridad, pese a realizar una actividad en la que estaba en riesgo la vida de sus clientes. ¿Por qué se le permitió operar en esas condiciones?

El vicedecano del Colegio de Abogados de Lima, Mario Amoretti, ya ha adelantado que el gerente de la compañía podría recibir una condena de 6 a 20 años de cárcel y que hasta los miembros de la DGAC serían sujetos de sanción por no haber realizado su trabajo, es decir, fiscalizar.

Pero Globos Perú no es la única firma que trabaja bajo la apariencia de formalidad...

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