El largo viaje de regreso

Por Enrique Planas

Rodando y meciéndose, el tiempo pasa despacio en un autobús que sale de Buenos Aires con rumbo a Lima. Las nubes permanecen estáticas y las pocas paradas en el camino son los puestos fronterizos, las garitas de peaje y los restaurantes de camino. El resto es un paisaje que cambia bruscamente al cruzar la cordillera. Nieves perpetuas, caminos ariscos que descienden entre picos afilados, una carretera que sigue la lógica de una tijera de zigzag.

A una altitud de 3.209 m.s.n.m., el túnel del Cristo Redentor es el paso fronterizo que comunica y divide Argentina de Chile. En un extremo te despide la provincia argentina de Mendoza, y luego de atravesar 3.080 metros de montaña, sales a la región chilena de Valparaíso, en la provincia de Los Andes. Sorprende su ingeniería, pero más aún la conducta regional de los pasajeros: al entrar en la boca del túnel, los argentinos comparten entre ellos una porteña ceremonia del adiós, la pena instantánea de quien abandona el terruño. Minutos después, al recibirnos al otro lado el cartel chileno de bienvenida, los nacionales aplauden con entusiasmo, sintiendo la telúrica seguridad del regreso a casa. El autobús se desplaza entonces siguiendo los bordes de preciosos lagos, girando en la ruta hacia Santiago trazada por un gigantesco compás.

Cuando al salir de la capital chilena el bus toma la Panamericana hasta Lima, el paisaje pronto se transforma: se vuelve un desierto rojizo, casi marciano. El autobús...

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