Lanssiers: la fe en el horror.

AutorPimentel, Jer
CargoCULTURA

[ILUSTRACIÓN OMITIR]

Todo recoletano en algún momento tenía que enfrentar el mito. Y con el mito se establecía el tipo de vínculo que rige la relación entre un aldeano y el chamán de la tribu. Digamos que su efigie sobrepasaba el respeto que le puede tener un alumno a un sacerdote dentro de un colegio católico. Allí, más temprano que tarde, uno se da cuenta de que la jerarquía es solo una dinámica de aprendizaje, una pedagogía que cada vez importa menos cuando uno entra a secundaria, donde en los últimos años suele servir más para protegerlos a ellos que a nosotros. El problema era que la figura de Lanssiers (Bélgica, 1930) excedía ese blindaje tácito y consensuado entre alumnos, profesores y curas, porque el temor que infundía (sí, temor) no tenía nada que ver con un respeto retórico sino con cómo se apoyaba su leyenda, incluso antes de que pronuncie palabra, en su olor a tabaco Inca y su rictus de posguerra. Había ahí un tipo que lo había visto todo y, si tenías mala suerte, te lo podía contar.

Lanssiers, verdad de Perogrullo, era diferente. Pero su distinción no radicaba en estar fuera de contexto (no enseñarle a cantar alhouette a los chicos de primaria, como el resto de curas franceses), no era la suya una distancia turística. Residía, más bien, en cierto desarraigo que había superado cualquier categorización. Lanssiers era en cierto modo inasible: capellán de Lurigancho; sobreviviente de la Europa hitleriana, Indochina, Saigón y Kampuchea; es decir, de nazis, Khmer Rouges y luego de Sendero Luminoso; asistente espiritual de las cenizas de Hiroshima; uno bien podía preguntarse qué demonios hacía este hombre ahí, enseñando Filosofía e Historia Universal en las pocas horas que no le dedicaba a los reos, su verdadera pasión, a gestionar alguna forma de justicia en Lurigancho, prisión que ahora puede ser sinónimo del caos para muchos pero que en la década de 1980 e inicios de la de 1990 era escenario donde parecía que Dios se había tomado vacaciones (falso, hubiera dicho Lanssiers, >): >.

¿Qué hacía Hubert Lanssiers, entonces, dando clases a unas generaciones demasiado preocupadas en agotar las existencias de tequila de Cusco en el viaje de promoción mientras él batallaba por recobrar una vida en la Comisión de Indultos? ¿Qué tenía que ver Lanssiers con esa clase media sanborjina, emergente, fujimora o hija de una clase alta venida a menos demasiado aséptica? Demasiado de su tiempo como para barajar que el espanto no es una abstracción literaria sino...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR