Jugando con un delfín varado

Por Martha Meier Miró Quesada. Editora centralUn delfín varado en la orilla del mar toca la sensibilidad de cualquiera. Sea que el animal esté muerto o agonizante, a nadie con el espíritu sano se le ocurriría tomarlo como si fuera un objeto para bromear, manipularlo y retratarse. A nadie es mucho decir, porque a una tal Judith Uriol Silva y a su pareja Jonathan Ramos Torres les pareció jocoso usar como juguete a un pequeño delfín aparentemente muerto, sentarse encima de él, meterle una botella de cerveza por el hocico, tomar fotos de esa danza macabra y, sin remordimiento alguno, compartirlas con sus amigos por Facebook. El asunto ha indignado a varios. El par muestra la frivolidad que carcome a buena parte de peruanos, que pasan por la vida bromeando y banalizándolo todo. De esa especie no esperemos la construcción de una patria mejor, sino todo lo contrario. La frivolidad es un peligro real para vivir en libertad y en el respeto, que son la base de la democracia y el Estado de derecho. Sin propósito en la vida ni compromiso, con un vacío interior que trata de llenar con hiperactividad, el frívolo solo quiere pasarla bien aunque eso signifique caer en lo grotesco o lo inmoral, y ya no distingue el bien del mal. No tiene espacio ni disciplina para la reflexión ni profundidad para la alegría verdadera.En el Día Internacional de la Mujer, la señorita Judith Maribel Uriol Silva grafica la despreciable frivolidad y crueldad de ciertas mujeres y, de paso, es la demostración de que el género no nos hace mejores ni peores, sino bastante iguales en lo malo. En un país de aguerridas que se desloman trabajando...

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