“Soy Jorge Bergoglio, cura”

Hola. ¿Qué tal? Soy Jorge Bergoglio, cura”. Simple y llana la presentación, el hombre que llegó del “fin del mundo” al Vaticano no gusta de dar rodeos.

“Quirúrgico”, lo define un ex pupilo al recordar sus pocas pero decisivas palabras que lo marcaron de por vida.

“Silencioso y humilde”, dice un sacerdote. Corto de palabras hasta para describirse, ¿quién es el nuevo Papa? Si hasta se dio Francisco por nombre, por el de Asís, cuando el referente máximo jesuita es San Ignacio de Loyola. ¿Quién es Bergoglio?

El resumen lineal es así: hijo de inmigrantes italianos, familia trabajadora, llamado de Dios a los 17, seminario a los 21, escalas en países varios, ordenación cuatro días antes de cumplir los 33, carrera meteórica en la Compañía de Jesús, enfrentamientos varios con presidentes varios, conservadurismo doctrinario y progresismo social, y la llegada al sillón de Pedro. ¿Lo sintió venir?

Antes de convertirse en Francisco, Bergoglio dejó muchas huellas. Algunas grandes, otras controvertidas. Capaz de un humor inesperado –como reclamarle a un goleador de su amado equipo de fútbol San Lorenzo que por qué se retiró, que desde su alejamiento no le metían un gol ni al arco iris–, pero también de ocuparse durante meses de un muchacho amenazado en una de las tantas villas de Buenos Aires. Férreo impulsor de los curas villeros y la lucha contra las drogas, y de una espiritualidad muy profunda, pero orientada a la acción, bien jesuita.

la abuela de los billetes

Nació el jueves 17 de diciembre de 1936 y fue el primogénito de Mario José Francisco Bergoglio y Regina María Sívori, ama de casa y muy cercana a él. Su barrio de siempre fue Flores, en una casa sencilla a dos cuadras de la Plaza de la Misericordia. Y fue por allí donde jugó al fútbol –con pies planos y, con el tiempo, una rodilla maltrecha–, enamoró y tejió su primer grupo de amigos.

Jugador de básquet como su padre contador, solía ir a la cancha junto con él, con su madre y sus cuatro hermanos: Óscar, Marta, Alberto y María Elena, la única que aún vive. ¿Insultaba? Como máximo, lanzaba un “atorrante” o “vendido” al árbitro. Pero no más. ¿Club? Obvio, San Lorenzo de Almagro.

No fueron, sin embargo, el básquet ni el fútbol, sino la literatura la que consumió sus mayores horas de adolescente, con “Los novios”, de Alessandro Manzoni, o “La Divina Comedia”, de Dante Alighieri, en primera línea. Y Johann Hölderlin, el más grande poeta, acaso, del romanticismo alemán.

De allí, de las fuentes de ese romanticismo, quizás haya surgido una carta y la admonición que le dedicó a su amada de los 12 años, Amalia. “Si no me caso con vos, me hago cura”, recordó ella cuando Francisco asumió el papado. El desenlace está a la vista.

¿Tango? Sí. Era un conocedor de Carlos Gardel, Azucena Maizani, Astor Piazzolla y Amelita Baltar. Pero también de Edith Piaf y de la música clásica, con la que solía acompañar como arzobispo sus horas de reflexión y descanso.

A los 13 años, y por indicación de su padre, Bergoglio comenzó a trabajar. “No nos sobraba nada, no teníamos auto ni nos íbamos a veranear, pero no pasábamos necesidades”, rememoró en el libro “El jesuita”, de Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti. Su despuntar laboral fue con tareas de limpieza.

la abuela, inspiración religiosa

De ese libro, precisamente, surge todo un indicio sobre la relevancia de otra mujer en su vida.

–¿Una persona?, le preguntaron.

–Mi abuela.

¿Por qué? Él mismo lo explicó en una entrevista. “La que me enseñó a rezar más fue mi abuela. Ella me marcó mucho en la fe y me contaba historias de santos”.

Dato: fue ella, doña Rosa Margarita Vasallo, quien desembarcó una calurosa mañana de enero de 1929 en Buenos Aires envuelta en su abrigo con cuello de zorro. No por destemplada. Llevaba encima el dinero acumulado tras vender todo lo que tenían en Italia.

Sus estudios secundarios ya mostraban a otro Bergoglio. Era un adolescente más comprometido, incluso politizado, como los tiempos que corrían.

De hecho, hay quienes recuerdan, por ejemplo, que lo sancionaron por portar un escudo peronista en su ropa.

Eran los tiempos de Juan Domingo Perón y Evita, de...

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