Los servicios de inteligencia: la historia que se resiste a morir.

AutorToche, Eduardo
CargoPODER Y SOCIEDAD

En junio del presente año, se aprobó la ley que crea el Sistema de Inteligencia Nacional y la Dirección Nacional de Inteligencia, una exigencia pendiente desde que el presidente Toledo asumió su mandato y que tras peripecias entre dramáticas y cómicas no pudo realizar, como ha sucedido con gran parte del paquete de promesas que hizo cuando le tocó ser el candidato que concentraba el ánimo antiautoritario del fin de siglo pasado.

La democracia exigía una red de acopio de información y especialistas que la analizaran a fin de elaborar diagnósticos precisos, capaces de prever situaciones y escenarios probables para apoyar una correcta toma de decisiones. Totalmente contrario a la herencia dejada por la dupla Fujimori-Montesinos, cuyo Servicio de Inteligencia Nacional (SIN), bajo el comando del inefable asesor, fue una maquinaria finamente construida para realizar actos de infidencia, manipulación de información, chantaje, corrupción, violaciones a los derechos humanos, narcotráfico y cuantas formas se cruzaran por la cabeza de Montesinos para consolidar la estabilidad no del país ni del Estado, sino del régimen y sus amigos.

Antes incluso de que se difundiera el ahora legendario video Kouri-Montesinos, se sabía que el SIN era el real vértice del poder en el Perú. Desde mediados de la década de 1990, los empresarios no desfilaban por Palacio de Gobierno para recibir diezmos y solicitar favores. Enrumbaban a Chorrillos. Los generales y almirantes no firmaban actas de sujeción ante su comando. Lo hacían contritos frente a un ex capitán acusado de traición a la patria y narcotráfico. Mientras tanto, el aparato manifestaba su vocación omnívora y atraía para sí cuanta función le permitiera acrecentar su influencia.

El SIN no siempre fue Montesinos. Lo transformó a su imagen y semejanza luego de una trayectoria en que inicialmente institución y persona se encontraban en las antípodas, una vigilando al otro, para empezar un paulatino acercamiento luego de que Montesinos le sacara las castañas del fuego al general José Valdivia, comprometido por la masacre de Cayara, en una operación que ya mostraba el alto grado de manipulación que había logrado en el sistema judicial peruano. Lo restante fue todo un ejemplo de cómo debía conducirse una persona para llegar en el momento justo a la persona indicada, portando las soluciones urgidas o el dato preciso para poner de lado a los molestosos.

[ILUSTRACIÓN OMITIR]

En 1990 fue la tabla de salvación para un compungido candidato Fujimori, cuando parecía que nadie lo salvaba de los juicios sobre propiedades subvaluadas y evasión de impuestos. Fue el inicio del ascenso vertiginoso. Sacó a todos los que le hacían sombra, incluyendo a amigos como Francisco Loayza, y puso cerca del nuevo Presidente a todos aquellos que veía manipulables. Hizo suyo el SIN, al que empezó a adosarle tareas, una tras otra. Creó una oficina que debía vigilar la situación del narcotráfico--dicen que con auspicios de la CIA--, cuyo volumen fue acrecentándose hasta que logró apartar del entorno presidencial a Hernando de Soto y su <>, para pasar a convertirse en el único que determinaba lo que debía hacerse respecto a este problema.

Por otro lado, la centralización y el recorte de controles sobre la lucha contrasubversiva, sancionados luego del autogolpe de abril de 1992 gracias a la dación de los decretos leyes que habían sido materia de conflictos con el Poder Legislativo antes de su cierre, otorgaron una amplia autonomía e influencia de decisiones al SIN, es decir a Montesinos, quien a esas alturas ya había hecho de este organismo su espacio exclusivo. Posteriormente, el SIN no solo participaría en el planeamiento estratégico de la lucha antinarcóticos sino amplió su espectro hacia las operaciones de represión y, asimismo, estas se ampliaron incorporando la lucha contra la delincuencia común.

ENCUENTRO SIN CONTINUIDAD

Pero los servicios de inteligencia peruanos no eran desconocidos para el asesor presidencial cuando copó el SIN a inicios de la década de 1990. Durante los años setenta, el entonces teniente Vladimiro Montesinos había trabajado con el general Edgardo Mercado Jarrín, ministro de Relaciones Exteriores de la primera fase del gobierno militar, y también con el general Enrique Gallegos Venero, ministro de Agricultura en el mismo régimen. Ambos generales habían sido miembros importantes del sistema de inteligencia del Ejército durante la década de 1960 y fueron, entre otros oficiales, los que dieron forma a estos organismos convirtiéndolos en eficaces medios para los objetivos que se propuso su institución. Más aún, recordemos que fueron los coroneles que de una u otra manera integraron este servicio...

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