Entre el instinto feroz y la vida

Por josé tsangUn momento misterioso y acaso inclasificable de la pantalla grande con presencia de dinosaurios figura en "El árbol de la vida" (2011), una película con ambiciones metafísicas. Para algunos, se trata una legítima ganadora de la Palma de Oro, el máximo premio del Festival de Cannes. Para otros, es un engañamuchachos filosófico del cineasta Terrence Malick.Más allá de las valoraciones, la escena en cuestión resalta porque pertenece a una cinta que se escapa de cualquier convención del género de la aventura o del ‘thriller’, esos casilleros a los que arriban irremediablemente estos míticos animales. Esta secuencia abarca apenas un poco más de un minuto en una película de más de dos horas. En ella, un dinosaurio aparentemente enfermo o herido yace en la orilla de un río. Entonces otro dinosaurio se le acerca, pone su pie sobre la cabeza de su par indefenso, lo observa y se retira. El primer ser jurásico permanece ahí, desamparado. ¿El director quiso especular sobre el origen de la compasión, la indiferencia u otro tipo de sentimiento? En el resto del filme vemos lavas que se deslizan y forman tierras, células en proceso reproductivo o un padre (Brad Pitt) que carga a su hijo recién nacido.Es una enigmática excepción a la regla. Lo usual es que los dinosaurios dejen su huellas y mordidas en dos categorías cinematográficas. La primera se traduce en odiseas exóticas y orgullosamente truculentas en parajes remotos (Sudamérica es uno de los destinos predilectos). El segundo rubro cobra vida gracias a los fastuosos y millonarios efectos digitales. El padre de esto último se llama Steven Spielberg. Su "Jurassic Park" (1993), basada en la novela homónima de Michael Crichton, fue una revolución. Ahora la franquicia se extiende con "Jurassic World: el reino caído", filme...

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