Las humanidades o el patito feo del mercado laboral.

Autorde Andrade, Mariano
CargoUNIVERSIDADES

[ILUSTRACIÓN OMITIR]

La productividad y la rentabilidad son dos de los grandes fetiches de nuestro tiempo. Todo aquello que quede fuera de los dominios de la mercadotecnia, del artificioso mundo de los valores agregados, de los servicios, casi no existe. El mundo profesional de hoy exige de la persona no tanto una formación crítica como sí una actitud pragmática, pero pragmática en el sentido más lato y vulgar del término.

Por eso las humanidades, si logran romper el cerco de la ideología yuppie, entran a la fiesta del mercado, pero un poco por la puerta falsa. Esa carrera de Literatura, de Filosofía o de Antropología que le costó a uno hasta las pestañas, tiene que matizarse con un MBA para tentar alguna posición expectante.

Esto revela la banalidad que reina actualmente en el sistema educativo o, al menos, en buena parte de él. Si hay un divorcio entre la escuela y la universidad, lo hay también entre la universidad y el mercado de trabajo, sobre todo si se trata de las especialidades humanísticas, cuyos egresados no suelen mirar más allá de la docencia o el periodismo.

Y es que en esta era de tecnócratas, de > de las finanzas y gurúes del mercadeo, pensar con profundidad crítica y tener un ánimo cuestionador parecen más defectos que virtudes.

A primera vista, las humanidades no tienen cabida en eso que se llama el >. Sin embargo, las humanidades sí contribuyen al desarrollo, aunque lo hagan en forma diferente, a plazos menos inmediatos y respondiendo a otras urgencias. Hay que pensar, además, que si la labor de la universidad se va a ver constreñida a la formación de profesionales, como ya viene sucediendo, el panorama no parece muy auspicioso.

Por otro lado, suceden cosas realmente paradójicas en este país. Hay el caso de una conocida universidad que en algún momento decidió desbaratar su facultad de humanidades para convertirla en una mínima serie de unidades académicas. Sin embargo, esa misma universidad prohíja a una orquesta filarmónica y se da el lujo de organizar megacongresos literarios.

Esto, que parece una contradicción, en el fondo no lo es, ya que eso apunta a la construcción de una >: para ver a la orquesta hay que pagar; para asistir a los megacongresos, lo mismo. Es decir, la actividad humanística, en este caso, es consentida solo si produce ingresos.

Mientras tanto, por otro lado, universidades con una gran tradición humanística organizan actividades desplegando un enorme esfuerzo, con precios reducidos o gratuitamente...

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