El hombre que supo esperar

Por Ricardo Montoya. Columnista

Era un futbolista de selección, uno de esos aleros capaces de llevarte sin alas por la comarca de la fantasía. Dueño de regates indescifrables, ágil mentalmente y con excelente disparo de media distancia, Roberto Mosquera se hacía notar en la cancha. Se trataba de un jugador casi completo al que únicamente le faltaba cabecear bien para escribir el manual de la excelencia. Pese a ello se las ingenió para, de testa, convertirle a Chile en la Copa América del 79. Paseó su fútbol por Argentina, Colombia y Ecuador dejando, en todas partes, un grato recuerdo.

En el Perú, obtuvo un bicampeonato vestido de un celeste Cristal y un tardío título con el San Agustín en el 86. Con la rojiblanca, la cuenta le quedó pendiente. Pudo ser más, pero en su época había cada monstruo que tuvo que resignarse.

Como técnico, le ha tocado andar el camino difícil. Desde el 95 asumió equipos de provincia y allí inició una trayectoria silenciosa: primero de aprendizaje y después de perfeccionamiento. En el 97, asistiendo a Markarián, colaboró en la obtención del subcampeonato de América, pero en el 2009 paladeó las hieles del desencanto cuando, bajo su dirección, el Bolognesi descendió de categoría. El golpe le fortaleció el espíritu y lo hizo reafirmarse en sus ideales: sus equipos en el campo serían ordenados con afanes ofensivos. No antepuso el éxito a su visión del fútbol y eso, en épocas resultadistas, es una valiente rareza.

Este año maneja un carro grande: Sporting Cristal, y ha sabido darle fisonomía estética a su estructura sin, por ello, quitarle agresividad. Eligió bien los refuerzos; reubicó algunos hombres en puestos claves y fue el artífice de ese toque pulido que los rimenses han esgrimido como arma letal durante el torneo. No traicionó su estilo y honró su sangre; esa que le...

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