Historia de la barriada que nunca hablo con el Presidente.

AutorRiofr
CargoCIUDADES IMAGINADAS

[ILUSTRACIÓN OMITIR]

Corrían los años cincuenta y don Manuel Prado volvía a gobernar el Perú. Entonces se permitía decir en público cosas que ahora se dicen solo en privado. Antes de dejar Francia tras una visita presidencial al general Charles de Gaulle, don Manuel había declarado: <>. Prado también afirmaba que, <>. Y según esta muy práctica máxima gobernó el país.

En esta historia, sin embargo, él ayudó directamente a arreglar el problema, generado años atrás, cuando su hermano, don Ignacio Prado, fue nombrado albacea del fundo El Porvenir, de propiedad de doña Enriqueta viuda de Lastres, cuya última voluntad fue que en sus predios se edifiquen viviendas para los desheredados de la fortuna, modo en el que por esas épocas se nombraba a aquellos a quienes les iba francamente mal en la vida. Así, don Ignacio (con su Banco Popular) decidió construir los luego famosos tugurios de El Porvenir, con lo cual halló la receta ideal para dar curso a los anhelos caritativos de doña Enriqueta, pero sin perder de vista la oportunidad de hacer un buen negocio, ya que todo es cuestión de saber conjugar intereses.

Los intereses que sí costó conjugar --y he aquí el problema al que hacíamos alusión-- fueron los de unas familias pobres que, en su calidad de antiguos yanacones de la hacienda --más parientes, amigos y similares--, se encontraban viviendo en los terrenos del fundo y que, vale decir, en su adicional calidad de desheredados de la fortuna, no querían salir de allí. No estando --como es obvio-- considerados dentro de la noción de fortuna en la que pensaba el albacea, se iniciaron los intentos de desalojo, que fueron, ahorrémonos detalles, infructuosos.

Y así hubiera seguido el problema de no ser porque un buen día se presentó en el lugar de los hechos un edecán del Presidente de la República, quien les comunicó a los habitantes del ex fundo que el Señor Presidente los iba a recibir en Palacio de Gobierno. Esa misma tarde, los letreros de <> fueron cambiados por los de <>. Hombres, mujeres y niños --y los parientes, amigos y allegados que vivían con ellos en el barrio-- marcharon enronqueciendo sus voces por la avenida Grau y el Paseo de la República, mientras eran escoltados en su camino por enormes motocicletas de la policía.

A un lado de la Plaza de Armas esperaron en vano durante horas al Presidente Constitucional. A eso de las seis de la tarde, cuando la garúa caía ya de ladito ayudada por el viento de la plaza, calando los huesos con su menuda...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR