Lo hicimos otra vez

Por Pedro Ortiz Bisso. PeriodistaNo es difícil imaginar la vida de Sandra Otoya, la mujer que tras chocar el auto que conducía en estado de ebriedad, bromeó, cantó, insultó, proclamó su amor por el rockero Axl Rose y se bajó el pantalón antes de ser conducida a una comisaría.Un reciente reportaje en el programa ?Punto final? señalaba que la vergüenza había aplastado su vida social, que permanecía encerrada en su casa, apartada hasta de sus más íntimos amigos.Tampoco es difícil imaginar lo que debe pensar el periodista que, pese a estar frente a una persona perturbada, tuvo la cobardía de preguntarle qué opinaba de las personas que manejaban ebrias. Porque fue eso, un acto cobarde, hacerle una interrogante de ese tipo a una persona que no estaba en sus cabales. La intención evidente era continuar alargando el circo, hacer más encendido el amarillo, seguir multiplicando las respuestas incoherentes de una mujer cuya capacidad de discernimiento estaba dominada por el alcohol.¿Estará arrepentido? No lo creo. Ese arrebato de genialidad permitió dar oxígeno a la historia, hacerla que crezca, provocar más carcajadas y ganar minutos en la pauta de su noticiero. Imagino que debe haber recibido unas palmaditas de felicitación.Fue un éxito redondo a la medida de su dimensión ética. De él y de los otros que, con sus preguntas, se aprovecharon de una situación ventajosa. Total, la culpa fue de la mujer por manejar borracha, ¿no?Que no se entiendan estas líneas como un ejercicio de defensa de la estupidez cometida por Sandra Otoya (a quien, dicho sea de paso, no conozco). Porque, digámoslo con claridad, conducir ebrio es una estupidez elefantiásica. No solo...

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