Gris de luz

Por Josefina Barrón. Escritora y comunicadoraQué paradoja. Mientras más gris el invierno, más luminosa la loma. Suerte de ofrenda de una naturaleza excéntrica, caprichosa, única en el planeta. El reino vegetal prolifera. La hoja es cántaro. Su flor, una gota de luz. Amancaes como trazos de intenso amarillo celebran la exuberancia de vida en el desierto. Recios, han crecido entre las piedras. Igual que nosotros. Desde que poblamos estos parajes, hemos atrapado el agua con que ese generoso manantial suspendido en el aire nos bendice. Camanchaca, densa, espesa niebla, el agua deja de ser limbo y se cultiva, se recoge, se cosecha. El agua es el fruto. La flor, fugaz. Pero su brillo cálido queda en la retina del limeño que ha llegado hasta aquí a mirarla. Iluminará un poquito de su invierno de asfalto. De esa vieja modorra en la que se acomoda apenas el sol se pierde hasta desaparecer detrás de la muralla fantasma. Hibernamos. Nos recogemos. Nos cuesta admitir que así es de monocromático el paisaje de nuestra costa. Tuvieron que ver la corriente de Humboldt, la Cordillera de los Andes, los vientos alisios, las latitudes. La loma reverdece para hacernos ver que la naturaleza ha sido sabia con nosotros desde tiempos inmemoriales, que el desierto está vivo, que alumbra un delicado sistema, frágil, vulnerable como un cristal al accionar del hombre. Arenal que deviene valle alberga zorros y venados, caracoles y aguiluchos, vizcachas, pumas, arbustos, líquenes, plantas, árboles y todo tipo de aves que hasta allí llegan para posar sus alas y hacer una pausa en sus periplos intercontinentales.Pero son siglos de pastoreo sin ningún tipo de control, de talas indiscriminadas...

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