Tintaya y su gobierno minero.

AutorDurand, Francisco
CargoNEGOCIOS Y DESARROLLO

[ILUSTRACIÓN OMITIR]

El Perú contemporáneo es testigo de un desarrollo espectacular de la gran minería. Se trata de un tipo de explotación intensiva en capital, con grandes ganancias, bajos salarios y muchas exoneraciones tributarias. Estamos frente a un patrón de acumulación más que uno de desarrollo, lo que ha provocado diversos tipos de interpretaciones sobre conflictos sociales y dinámicas redistributivas.

La prensa nacional se hace eco del entusiasmo económico de gerentes y políticos ante la ola de inversiones. Los medios de comunicación aplauden, mientras el presidente nos sorprende con su más reciente metamorfosis al atacar a "los perros del hortelano" que no quieren minería privada ni la pueden desarrollar de otra manera. Es el Perú oficial. Mientras tanto, el país observa preocupado el desarrollo de conflictos entre los enclaves y los pueblos afectados por su presencia. Lima se entera cuando las regiones protestan con movilizaciones y tomas para "hacerse oír" e intentar resolver sus problemas ante la renuencia de la mina, la prensa y el gobierno, ese trío de amigos, para escucharlos. En los pueblos y comunidades alejados de Lima predomina un sentimiento de agravio y una propensión a la movilización, pero, tómese nota, lo hacen más para negociar. Son las voces del Perú profundo.

Al abrir enormes tajos para extraer el mineral, y luego procesarlo con químicos que son almacenados en gigantescas presas --lo que origina en mayor o menor medida filtraciones que contaminan--, la mina "irrumpe" con violencia en un medio delicado. El daño es inevitable, aunque se afirma que puede ser controlado. De acuerdo con las mineras y el gobierno, no hay lugar para muchas preocupaciones. El argumento central es que "el país necesita inversiones" y que no debe haber temores porque se usan avanzadas tecnologías y abundan los controles. Según las propias empresas, los problemas ambientales y sociales ocasionados están siendo hoy manejados adecuadamente. A diferencia de los viejos enclaves, los nuevos piden "licencia social" para operar, desarrollan "programas de responsabilidad social" y apoyan el "desarrollo sustentable". Sus actividades siguen "códigos de conducta" establecidos desde las casas matrices de las transnacionales, practican la autorregulación adoptando "estándares de calidad" internacionales. Si hay conflicto es porque existen "agitadores" políticos interesados en ganar titulares y ocupar cargos, pero el pueblo está a favor de la mina, y la mina a favor del pueblo, porque sin ella no habría progreso y el país perdería valiosos recursos.

Algo que contradice tal discurso, o que al menos cuestiona algunas de sus premisas, es que las tensiones sociales son constantes, tendiendo a estallar en conflictos dependiendo de cómo cambia la relación mina-pueblo. Son resultado de acuerdos y correlaciones entre fuerzas disímiles. Sintomáticamente, en algunos casos el conflicto erupciona como un volcán antes de que se inicie la explotación. En otros, ocurre una vez que la mina opera, y sobre todo cuando contamina tierras y aguas, que son vitales para la sobrevivencia de campesinos pobres y pueblos originarios. Se trata de un conflicto multidimensional. Ocurre entre minería moderna y agricultura y ganadería tradicional, entre mundo occidental y mundo andino o amazónico, entre gran propiedad privada y propiedad ancestral comunitaria, entre ricos y pobres, entre Lima y provincias, y finalmente, entre pueblos olvidados y Estado negligente. Todas las contradicciones en un pequeño espacio. Varios son entonces los factores que están detrás de estos dos tipos de conflicto contra la gran minería, la preventiva y la reactiva, pero lo que parece evidente es que el carácter "irruptivo" los junta y eleva cuando recién ocurre el shock de inversiones y contaminación. De allí que los conflictos tiendan a ser más frecuentes e intensos con las nuevas explotaciones.

A continuación, un análisis de una mina cuprífera situada en el país de los K'anas del Cusco, una región bella y orgullosa, de cultura "problemática", como me advirtiera uno de los gerentes al visitar las instalaciones de Tintaya en la provincia de Espinar. Luego, un dirigente comunero me lo confirmó al afirmar tranquilamente, "siempre estamos en la lucha".

TINTAYA

La mina Tintaya se presenta ante el mundo como un ejemplo global de buenas relaciones comunitarias. Tanto BHP Billiton como su sucesora, Xstrata, han negociando con comunidades campesinas y pueblo, resolviendo viejas disputas y tratando de "manejar el entorno" con modernas teorías gerenciales. Este es un hecho positivo que todos reconocen, incluyendo a las organizaciones populares y los líderes más radicales.

Desde la privatización ocurrida en 1990, se desarrollaron en varias etapas mecanismos de resolución de conflictos y redistribución de recursos. Luego de la toma de la mina el 2001, y una vez que se logró la elección de Óscar Mollohuanca a la alcaldía provincial de Espinar --1999 al 2002--, elección que unió el poder municipal a las organizaciones, se desató un proceso que terminó con dos acuerdos. El primer gran y meritorio acuerdo se logró con el pueblo de Yauri y los frentes urbanos, de defensa y de comuneros de toda la provincia. Se le conoce como Convenio...

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