Fuego abierto.

AutorGarc
CargoEl mercado de Mesa Redonda en Lima, Per

[ILUSTRACIÓN OMITIR]

I

El Muchacho provinciano de Chacalón, aquel que se levantaba muy temprano para ir con sus hermanos a trabajar, se mezcla con una voz que repite one, two, three. La invasión acústica de un audiolibro que enseña inglés confluye en una feliz coincidencia con el himno chicha del emergente, en una estampa que muestra lo que se es / lo que se quiere llegar a ser, tomando el conocimiento de idiomas como un motor del progreso.

"No me busques más, aquí estoy", vociferan desde un puesto de ceviche, demostrándonos que el ingenio y la picardía son un arma para las ventas. Desde una galería invitan a degustar la comida: "Pruébala y luego me cuentas", dice cínicamente un hombre que funge de animador, mientras los jaladores--uno de esos oficios surgidos de la necesidad--se esmeran en atraer al transeúnte, haciéndole frente a las altas temperaturas. Para soportar mejor el calor, nada como una chicha helada de china.

II

"Donde todos confluyen" sería un buen eslogan para describir a Mesa Redonda, emporio comercial enclavado en las calles Andahuaylas, Cusco y Puno. En él se pueden descubrir cosas que uno no tenía necesidad de adquirir, pero al ver la variedad y el precio termina deseando. Recorriéndola, encontramos galerías donde se ofrecen gadgets--de marcas que son primos bastardos de las originales--que van desde celulares hasta todos los aparatos ideados por Steve Jobs; tiendas de ropa para toda ocasión/bolsillo; juguetes made in Mesa Redonda, como helicópteros cuya altitud te hace sentir más cerca del cielo y perritos que más se tambalean que caminan--"tu perro ni habla, mejor ta' mi helicóptero", apunta puñalera la competencia--; ceviches al paso, tamales y huevos de codorniz, con una balanza estratégicamente ubicada al final de la calle para ver si te has excedido.

Dominando la calle se ubican los ambulantes. Tienen suficiente mercadería para abastecer a la clientela, pero no excesiva como para no poder cargarla al terminar la jornada. Si bien en teoría no está permitida su permanencia en este espacio, lo cierto es que no se han tomado cartas en el asunto. "Los ambulantes siempre vienen, los de seguridad somos pocos, ¿Qué voy a hacer yo contra todos ellos?", aduce Damián, encargado del sector. El sentir de muchos de los compradores es que los informales no hacen daño y que las fuerzas del orden no deben prendérsela con ellos. "Primero que cojan a los choros', reclama una señora que adquiere un par de lentes de sol a solo cinco lé.

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