La felicidad como indicador de calidad de vida.

AutorChirif, Alberto
CargoTIERRA ADENTRO

[ILUSTRACIÓN OMITIR]

Sin duda, cuando las futuras generaciones estudien cómo contabilizamos como desarrollo y felicidad nacional un crecimiento económico que consistía en recalentar la atmósfera, derretir los glaciares, crear escasez de agua alimentos y subir peligrosamente el nivel de los mares, clasificará el PBI como el más conspicuo indicador de nuestra barbarie.

La lectura de un artículo de Oswaldo de Rivero, (1) ex embajador del Perú en la ONU, del cual he extraído el epígrafe que encabeza estas reflexiones, me ha quitado el temor de escribir sobre un tema que me venía dando vueltas en la cabeza, pero que no sabía cómo llamar ni menos encarar: ¿alegría, felicidad? En suma, quiero referirme a la capacidad de los indígenas de asumir las tareas que plantea la vida cotidiana con buen humor, con gran capacidad de reír mientras trabajan. Salvo casos extraordinarios, como los de aquellos que han vivido la barbarie desatada por la subversión durante la década de 1980 y parte de la siguiente, y otros que son consecuencia de la expropiación de sus territorios y los han convertido en dependientes de un sistema económico que no les ofrece otra alternativa que vender barato sus productos y trabajo, me atrevo a decir que los indígenas no conocen la palabra estrés.

Digo temor porque, pensaba, cómo podría escribir acerca de este tema sin perderme en apreciaciones subjetivas ya que a fin de cuenta la felicitad es algo muy personal y exclusivo de cada quien. Además, ¿cómo medir la felicidad de la gente? La lectura del referido artículo me ha ayudado a superar el entrampe, al menos por dos razones. La primera es que me hizo reflexionar sobre los indicadores que actualmente usan los organismos nacionales e internacionales para medir la pobreza o el desarrollo (2) y llegar a la conclusión de que si bien los datos que se extraen de las mediciones son objetivos (porcentajes de alfabetismo, escolaridad, servicios de saneamiento y otros), inducen a conclusiones poco fundadas que, con frecuencia, solo sirven para que los políticos y propagandistas de este modelo de desarrollo justifiquen sus decisiones y las impongan. Pongo en seguida algunos ejemplos.

El analfabetismo (alfabetismo para el Índice de Desarrollo Humano, IDH) sugiere en la mente del lector la idea de que el alfabetizado lee. Esto es cierto solo a veces, al punto que hoy los estadígrafos han creado el concepto de "analfabeto funcional" para referirse a aquellas personas que, habiendo aprendido a leer, no leen por la razón que fuera: falta de dinero para comprar libros, de interés por la lectura o cualquier otra. Pero el tema se puede llevar más lejos. Como la lectura no es un fin en sí mismo sino un medio para que las personas se desarrollen intelectualmente, se desenvuelvan como ciudadanos con mayor conciencia cívica sobre sus derechos y deberes, y alcancen finalidades más pedestres, como superar la prueba de un examen para un cargo determinado y mejor remunerado que el que tienen (si lo tiene); y considerando que una parte de la población lectora solo lee basura, como la prensa amarilla que únicamente consulta en los titulares que exhibe en los quioscos de periódicos (en esto se limitan a lo justo dado que esos diarios no desarrollan los contenidos adentro), es claro que una lectura así no está cumpliendo los fines que se proponen los programas de alfabetización. Me pregunto ¿por qué lectores de insultos y difamaciones propaladas contra personas críticas de regímenes políticos, viles en sí y envilecedores de los ciudadanos, deben ser considerados más desarrollados que personas basadas en la tradición oral y que mantienen su capacidad (aunque mellada por la "modernidad") de transmitirse relatos que reviven los actos fundadores de su mundo y costumbres?

Pero para que no se piense que el caso del indicador comentado es una excepción, tomo otro: agua potable, calificativo generoso para referirse al agua que le llega a uno a través de tuberías pero que no corresponde a la realidad del nombre: bebible, saludable. Aunque en cada caso hay variaciones, ni aun en Lima la gente se atreve a beber dicha agua, al menos aquella con ciertos recursos, porque, como siempre, los pobres tienen que contentarse con lo que les llega. ¿Es esto algo cualitativamente mejor que recoger agua en tinajas de quebradas o puquios? En honor a la...

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