Por favor, que nos entierren juntos

Por Josefina Barrón. *

Hoy siento rabia. Hoy Lima es un doloroso cáncer. Hoy soy una cucaracha debajo de mi cama, una suerte de Gregorio Samsa a medio aplastar, ex vendedora de ilusiones.

Hoy acaba conmigo la ciudad y su sinrazón disfrazada de bonanza. Hoy le he visto el fustán raído al crecimiento económico, la cara de criminal a un empresario ejemplar y el futuro luce poco auspicioso para los bomberos de Lima, quienes tendrán que combatir el fuego como quien sopla velitas.

Siento impotencia porque no siempre las cosas se resuelven por las buenas, porque mi ciudad no se merece muchos de sus habitantes, porque no todos vivimos en Lima; muchos la viven, la usan y la botan, como se hace con la prostituta de esquina.

Confieso que quisiera ser una mezcla de superhéroe, vengador anónimo y juez sin rostro, que tengo ganas de tomar la justicia por mis propias manos, matar al violador de niños que pronto saldrá de la cárcel para desgarrar cuerpecitos inermes, bajarme de un balazo a quien disparó a ese bebé de 1 año que lucha por su vida en una cama de hospital, darle una buena golpiza a quien golpea al indefenso, cortarle la mano a quien roba, enviar al infierno a quien asesina a sangre fría.

Quisiera evitar que la calle sea sinónimo de psicosis, que las orillas de nuestro litoral sean el pestilente muladar que son, menos aún que se las almuercen los restauranteros en sus turbias fritangas. Cómo evitar que las cárceles de mi ciudad no sean más escuelas de sicarios, hacer entender a los peatones que no son ellos los que siempre tienen la razón, cómo meterles en la cabeza a quienes supuestamente saben que Puruchuco no es una ruina...

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