La embajadora olvidadiza

Por Virginia Rosas Ribeyro. Analista internacional

En el país de Bill Clinton, en donde una pasante de la Casa Blanca podía practicarle sexo oral al presidente en pleno Salón Oval mientras este recibía al líder palestino Yasser Arafat, resulta inaudito que el director de la CIA se vea obligado a renunciar por una infidelidad.

En un contexto puritano como el de Estados Unidos las aventuras de Clinton con Mónica Lewinsky le costaron al entonces mandatario estadounidense una andanada de titulares de prensa en su contra, un acto de contrición público y soportar la caraza de su esposa, Hillary; pero ni tuvo que renunciar al cargo de primer mandatario ni el escándalo terminó en divorcio.

Las infidelidades de Petraeus conciernen a dos mujeres ?aparte de su esposa que no ha dicho esta boca es mía? y se parece más a una jalada de mechas entre dos despechadas que se miden para ver cuál de ellas es más poderosa y tiene más influencias.

Que Petraeus, al poco tiempo de dejar el ejército, inició un romance con Paula Broadwell, una ex mayor del ejército de EE.UU. que se dedicó a escribir su biografía, era un secreto a voces que no incomodaba a nadie ?salvo, probablemente, a su abnegada esposa?. Los allegados al ex director de la CIA afirman que este romance terminó en julio de este año. Pero ya en mayo, la ?otra mujer?, Jill Kelley había comenzado a recibir...

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