Domingos con olor a cuaderno nuevo

Por Gonzalo Torres del Pino-Publicista, actor y conductor de TV -Los domingos huelen a colegio. Sobre todo el último domingo de verano (que antes era pegado a abril y hoy pegado a fregarte tu verano). En los grisáceos setentas de mi época escolar el asunto era peor: no había acabado el sol y te enfundaban en el picoso pantalón de uniforme único y la almidonada camisa blanca. Un proceso de allanamiento a la individualización, a ser iguales ante la ley de la palmeta educativa. La educación es un derecho universal de reciente factura. En la colonia era solo para unos cuantos privilegiados: peninsulares, la nobleza criolla e indígena y para algunos mestizos pudientes. Más aun, los requerimientos eran mayores: se exigía la limpieza de sangre, la legitimidad del nacimiento, buena crianza y buenas costumbres. Y esto hasta bien entrada la república, también. Los principales educadores en la Lima colonial fueron los religiosos y entre ellos los jesuitas. El Colegio del Príncipe para caciques nobles se ubicó donde hoy está el colegio Alipio Ponce en Barrios Altos; el Colegio Real de San Felipe y San Marcos, frente a Bellas Artes en el jirón Ancash, el Colegio Real de San Martín, en la manzana donde hoy está esa inmensa mole del Ministerio Público en la avenida Abancay (en los primeros años de la república se estableció en un área de ese desaparecido colegio la Escuela Normal, primer instituto para formar educadores). Eso sin contar los otros colegios en donde se formaban a los novicios y se continuaban los estudios mayores para los propios religiosos. Al desaparecer los jesuitas por su expulsión se produce un vacío que se resuelve fusionando algunos colegios para formar la institución...

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