Adiós año desolado

Por Josefina Barrón. Escritora y comunicadoraCafecito. Un calor del demonio. Pensándolo bien, ando feliz de sentir el sol, de verlo iluminar las veredas y sus gentes. ¿Azúcar? Ni hablar, hay que ir a la playa. Una mujer pasa caminando. Tiene puesto un abrigo de lana, botas, chalina. Abraham Levy ríe. Yo meto cizaña: ?¿Y esta loca? ¿No se ha dado cuenta de que hay casi treinta grados??. Quizás nadie le avisó que el invierno dio paso al verano.Aunque suene a tomadura de pelo, nos hemos juntado especialmente para hablar de lo que los otros hablan cuando no tienen nada más que decir: el clima. No se trata del tedio de una conversa sin chispa, ni hablamos del clima porque nada más hay para decir. No estamos en un ascensor ni en una salita de espera. Hemos pedido los cafés más abundantes del lugar porque el clima de Lima es una aventura bizarra, digna de Verne, un trip sesentero, uno de esos pasajes que debió caminar Alicia, sin duda ese peldaño de aleph que es la naturaleza, siempre más dramática, voluptuosa e inesperada que nosotros. Dos corrientes chocaron e hicieron una suerte de big bang marino. Magia de sal. Nos convirtió esa cópula en un desierto tropical, ese fue un amor que parió aridez y agua flotante en la ampulosidad. Debiéramos pintar paisajes como esas islas Indonesia, vernos como sería Recife, recibir gotones de lluvia, tormenta con sus rayos, tronar, verdear, respirar fragancias exóticas, escuchar las ranitas en las noches de luna llena, tener veredas tropicales. Pero somos cascajo. No vemos luna porque no tenemos ni luna ni estrellas ni nubes ni lluvia ni trueno ni agua ni sol ni cielo que mirar y a veces pareciera que no tenemos ni Dios porque nada llama a la contemplación. Despadrados, vamos por la ciudad mirándonos...

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