Demoler, demoler

Por JoséGarcía Calderón

La demolición, días atrás, del cerco perimétrico que bordeaba el atrio del conjunto monumental de San Francisco, en el Centro Histórico de Lima, ha puesto en el tapete la discusión sobre el carácter público que posee este espacio. Con cerco o sin él, los limeños de varias generaciones hemos hecho uso de un lugar que es reconocido como público en la memoria colectiva de la ciudad. Esta percepción generalizada podría, sin embargo, no corresponder con su condición real, sobre la cual la historia urbana de Lima podría aportar luces importantes.En sus orígenes, la gran mayoría de iglesias y conjuntos conventuales limeños se ubicaban en el tejido urbano de la ciudad dentro de manzanas rodeadas por calles. Ante la ausencia de espacios públicos previamente planificados, las órdenes religiosas los crearon dentro de sus propiedades para conformar plazuelas o atrios frente a las fachadas principales de las iglesias. De hecho, la búsqueda de una relación armónica entre sus edificios y la ciudad llevó a algunas órdenes, incluso, a comprar propiedades de terceros para demolerlas y ampliar sus atrios y plazuelas.La situación antes descrita representa una de las experiencias más excepcionales de la tradición urbanística limeña. Siempre nos hemos preguntado si, en la actualidad, algún propietario de suelo en las áreas más caras de la ciudad, donde se construyen grandes edificios en altura, cedería suelo, más allá de las obligaciones normativas, en favor de los ciudadanos. Y ya ni pensar si comprarían propiedades vecinas para dejarlas sin construir con la intención de contribuir a la relación...

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