Debate y entendimiento

Por Gonzalo Portocarrero. SociólogoEn una situación ideal, de la que estamos muy lejos pero a la que no podemos renunciar, el debate se plantea como un intercambio de argumentos entre personas que piensan distinto pero que no desechan la posibilidad de ponerse de acuerdo. Entonces se acude al encuentro con el otro teniendo bien pensadas nuestras mejores razones, pero también estando dispuestos y preparados a conceder y cambiar nuestro punto de vista si nos percatamos de la insuficiencia de nuestras ideas o de la mayor pertinencia del análisis de nuestro interlocutor. En principio la comunicación y el debate deberían de estar dirigidos al mutuo entendimiento, al logro de un consenso que nos comprometa porque nos parece lógico y razonable; es decir, justo. Claro que se puede decir que esta visión del debate es demasiado idealista, que ignora datos fundamentales de la condición humana. Y siendo cierta esta observación, ella no quita en nada el valor de contar con una definición de lo que debería ser un debate, pues esta definición funciona como un ideal o referencia a la que aspirar. En todo caso, debe quedar claro que el debate argumentativo es una forma de arreglar las diferencias que es propia y característica de las sociedades democráticas. En las sociedades autoritarias y jerarquizadas no hay debate sino imposición del más fuerte, las diferencias se zanjan gracias a la guerra, y en el extremo se encuentra la aniquilación del otro, el enemigo, para poner fin a la controversia. En nuestro país el debate argumentativo es muy incipiente. Si bien hemos dejado atrás la violencia, no existe aún la disposición a dialogar como hecho generalizado. Entonces aquello que pretende ser un debate es, en realidad, un torneo en el que, gracias a las armas de la ironía y el ingenio, la viveza y la seguridad, se pretende ignorar, o negar, las razones del otro para imponer las propias. Entonces la enunciación adquiere un carácter majestuoso, inapelable. Ni preguntas, ni dudas: solo vale la afirmación tajante cargada de arrogancia y de descalificación del otro. La autoridad se construye no apelando a la razón y al convencimiento, sino a la chispa y la seguridad que movilizan en el otro los reflejos serviles y la incondicionalidad del siervo. Esta dinámica es...

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