Cultura cotidiana

Por Patricia Del Río

Una mujer toca una pieza de Bach a la salida del metro en París. Es la estación de Chatelet, donde más personas cruzan al día para llegar a sus trabajos, a sus colegios, a sus casas. La mujer tendrá unos 35 años y a todas luces no es una improvisada. La ?Suite N° 1 para chelo? es una pieza exigente y ella la ejecuta con maestría. La gente pasa, echa monedas en su gigantesco estuche de la viola que la acompaña y sigue con su vida.

En la siguiente estación del metro sube una chica como de unos veintitantos. Dice algunas palabras en francés que no comprendo y automáticamente canta un ?Ave María? que hace que se nos erice la piel. No tiene una voz cualquiera. Lo suyo es profesional. Estudiado. Los viajantes no levantan la mirada de sus periódicos, sus teléfonos. Están acostumbrados al espectáculo porque para tocar en el metro de París hay que pasar una audición y demostrar que uno es bueno en lo suyo. Uno tiene que ganarse el derecho a usar como gran escenario el espacio público.

En el Museo del Louvre miles de turistas les toman fotos con sus flashes prohibidos a las obras de arte que encierran la historia de la humanidad. Una historia que se hace más clara cuando el gigantesco lienzo ?La coronación de Napoleón?, de Jacques-Louis David, te golpea como una cachetada porque grafica perfectamente la grandeza y la soberbia de un gobernante. Un turista japonés no puede despegar los ojos del techo del museo, cuya arquitectura data del siglo XII pero que ha sufrido múltiples transformaciones. Un joven latinoamericano, contra toda lógica, se ha parado detrás de la Venus de Milo a la que le faltan los brazos pero le sobra poto y le toma una foto desde el ángulo (in)correcto.

La...

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