Cristo, mi propiedad privada

Por Juan Manuel Robles

Recordando viejas épocas de espadas y cruzados, el Vaticano parece decidido a hacer respetar sus feudos, ya no solo vigilando la correcta impartición de la doctrina católica en las instituciones afiliadas, sino también usando una táctica más agresiva: censurar el silencio y castigar toda ambigüedad. La idea es que las instituciones católicas no solo impartan el evangelio, sino que además repitan a viva voz los dogmas más polémicos de la Santa Sede. Hace casi cuatrocientos años, cuando todavía tenían bajo su jurisdicción a la vida civil de cualquier individuo, le preguntaron al viejo y enfermo Galileo Galilei si se quería confesar. Galileo confesó: la Tierra no se mueve, Copérnico estaba loco; he sido malo, malo, malo.

El Vaticano ya no puede intervenir en las leyes de los hombres, pero sí pretende restaurar una especie de nueva inquisición en sus fueros ?y sus instituciones satélite?. Así, le ha declarado la guerra a la LCWR (Conferencia de Líderes de Mujeres Religiosas), la congregación de monjas más importante de Estados Unidos, que reúne a más de cincuenta mil pastoras. La razón: según una investigación de la Congregación para la Doctrina de Fe, las monjas de esa conferencia son demasiado abiertas, dejan hablar más de la cuenta a sus fieles. ¡Promueven la discusión! Si alguien pide la palabra en la asamblea para decir que las mujeres también deberían ser sacerdotes, ellas no las callan...

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