Corrieron por sus vidas

Alan Villanueva estaba a cien metros de la meta cuando decidió acelerar el paso. "¡Ya se ven los arcos!”, anunció el fondista mexicano a un compañero que también intentaba romper su marca. Y de pronto un estruendo. Y a los 10 segundos otro. "No eran fuegos artificiales. Era diferente. No sabía si era una bomba o si había explotado un transformador”, declaró a W Radio.

Al momento de la primera detonación, Roupen Bastajian recogía su medalla. Pensó que era un cañón. Algo ceremonial. Pero llegó ese segundo ruido. "Corrí hacía el lugar y encontré al menos a 40 personas en el piso, algunas sin piernas”, reveló al "The New York Times”.

"Los corredores acababan de terminar y ya no tenían piernas. Todo era sangre. Tienen huesos, fragmentos. Era asqueroso Como una zona de guerra”, añadió este ex marino de 35 años quien terminó colocando seis torniquetes a varios heridos. Más no podía hacer porque el trauma le ganó.

A pocos metros, entre las calles Berkeley y Boylston, Villanueva se consolaba de no haber llegado a la meta. "Si íbamos diez segundos más rápido no estaríamos hablandoâ. Por ahí pasó Giuliana Vértiz Arévalo, una joven estudiante peruana de la Northeastern University. "Mi primera reacción fue llamar a mi mamá. Me regresé a mi âdormâ casi en lágrimas y recibí un e-mail de la universidad diciéndonos que lo más seguro era no salir del campus. Llamé a mis amigas. Una trabaja en un hospital como enfermera y me dijo: âEstoy bien...

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