Nosotros conocimos el miedo

Por Josefina Barrón. Escritora y comunicadora

Esta es una carta que escribo evocando la luz de una vela, y que empecé hace 25 años, cuando era una chiquilla en la penumbra, embargada por el pánico de una ciudad en guerra. Sombrío era el futuro, si acaso existía para nosotros, quienes no sabíamos si esa noche seríamos añicos por el estallido de otra bomba. Más sombría era Lima, acechada por un sendero que, paradójicamente, se hacía llamar luminoso. Oscuridad que nos obligó a abrir más los ojos. A caminar con cautela.

Son palabras que dirijo a mis hijos, que no saben qué es un enemigo mortal y menos aun sintieron cómo golpeaba duro en las ventanas de sus casas, hasta reventarlas. Había que alejarse de esas ventanas, tirarse al suelo boca abajo apenas sentíamos el estrépito, abrir las piernas, la boca, y esperar quietecitos a que callaran los perros, a que dejaran de sonar las alarmas de los carros.

Una carta para que recuerden lo que no han vivido: la muerte cotidiana, la angustia en el aire, la escasez de leche y el exceso de sangre, el dolor abundante sobre el asfalto, los niños sin padres, los padres sin hijos, el drama de una pobreza aun más abatida. Una bandera roja con una hoz y un martillo era sinónimo del desenfreno de un grupo de gente sin alma que lavaba cabezas y las hacía rodar si alguien se oponía.

No crean a quienes dicen que Lima no sufrió el terrorismo sino cuando estalló en Tarata. Eso es falso. Lima tenía ojos para mirar, corazón para sentir y amigos que perder. Mucho antes de esa noche horrible, dormíamos en una ciudad que no soñaba, invadida por metrallas, tanquetas, apagones. Hasta los soldados lucían inermes debajo de sus cascos. Pusimos una distancia inexorable entre nuestras casas y la calle. Muros, rejas, cables electrificados, cámaras de...

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