La configuracion del espacio regional de la selva central.

AutorMora Bernasconi, Carlos
CargoTIERRA ADENTRO

DE LA OCUPACIÓN ANCESTRAL DEL TERRITORIO A LA PRESENCIA MISIONAL

La presencia de los pueblos indígenas de la selva central se remonta aproximadamente al año 3000 a. de C., época en la que los proto-arawak, lejanos antepasados de los asháninka, se establecieron en el curso medio del Amazonas, en lo que actualmente es el territorio del estado de Amazonas en el Brasil. Como resultado del desarrollo de la agricultura, la población se fue desplazando de los llanos inundables río arriba hasta el límite con los Andes, dando origen a otras oleadas migratorias y a ramificaciones del grupo etnolingüístico proto-arawak que devinieron en la formación del actual pueblo amuesha o yanesha. Posteriormente, según Lathrap, los arawak del Ucayali fueron desplazados por grupos pano provenientes del Brasil, posibilitando la formación de grupos como los setebo, shipibo y cohibo, ubicados a lo largo del río Ucayali. Parte de los arawak fueron desplazados de las cabeceras del Ucayali hacia las tierras altas interfluviales y devendrían --junto con los machiguenga y nomatsiguenga-- en los actuales asháninka. (1)

Desde épocas muy remotas existió un intercambio socioeconómico y cultural entre las etnias amazónicas. Bergman (2) sostiene que hacia el año 1200 a. de C. ya se había desarrollado una importante red comercial entre ellas, teniendo como principal punto de encuentro el Cerro de la Sal, a una legua de distancia de la confluencia de los ríos Chanchamayo y Tulumayo, de donde se extraía la sal gema. El Cerro de la Sal constituía el principal nódulo económico alrededor del cual se articulaban los intercambios indígenas de la selva central. Según Tibesar, eran los asháninka los encargados de proveer este preciado bien a otros grupos indígenas (piro, remo y mochobo). A cambio recibían ropas, plumas, monos, aves, cerámicas y otros bienes) Más adelante, con la producción de material de bronce en los Andes, especialmente hachas, y luego con la presencia española, se amplían las redes de intercambio y se diversifican los bienes objeto del intercambio, siendo las herramientas de acero las más preciadas.

Los intercambios económicos entre las poblaciones del incario y los grupos amazónicos se desarrollaron activamente en la selva sur, en particular en la zona del Alto Urubamba, donde los quechuas cusqueños y los antis, como se les denominaba a los asháninka y machiguenga de esa región, comerciaban con los incas. (4) Sin embargo, como mencionan Santos y Barclay. (5) las relaciones entre las poblaciones andinas y amazónicas de la región central del país no tuvieron nunca un flujo de intercambio institucionalizado como el de la selva sur, debido probablemente a la inexistencia de centros poblados prehispánicos importantes en el área andina vecina a dicha región amazónica.

Posteriormente, con la llegada de los españoles se inicia la penetración a la selva por las mismas rutas que los incas habían abierto a través de los Andes. Sin embargo, la selva central se mantuvo al margen de los acontecimientos militares y políticos que provocaron la caída del Imperio Incaico. (6) Tarma y Jauja no tuvieron la capacidad para incorporar a los valles amazónicos vecinos --como Chanchamayo, Satipo y Perené-- a su área de influencia económica y política, y se centraron en el control del valle del Mantaro.

A pesar de las tempranas entradas misioneras a la selva central, especialmente las del jesuita Joan Font en 1595 y las de los franciscanos en 1635, la presencia española no logró consolidarse en la región. Gracias a la autorización virreinal de 1671 para hacer nuevas entradas al Cerro de la Sal y a los posteriores ingresos que efectúa el padre Biedma en 1673 para evangelizar a los indígenas de los valles de Satipo y Sonomoro, la influencia española dejó sentir su presencia, pero es recién a inicios del siglo XVIII que los franciscanos consolidan su intervención prolongando, como señala Varese,7 los intentos de exploración y cristianización de la selva central. En las primeras décadas de ese siglo, la actividad misional fue seguida por el establecimiento de grandes haciendas y la progresiva ocupación territorial de pequeños propietarios andinos, particularmente de las zonas de Tarma y Jauja, cuyos cultivos predominantes fueron la caña de azúcar, el café, la coca, el cacao y el achiote.

Pero esta relativa prosperidad duró pocos años. Como resultado de la rebelión de Juan Santos Atahualpa, las haciendas y los predios agrícolas fueron...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR