Coca y violencia en la historia y el presente del VRAE.

AutorO'Brien, Pablo
CargoPODER Y SOCIEDAD

El cimbreante camino que separa a Huamanga de San Francisco, la puerta de ingreso al valle de río Apurímac y Ene (VRAE), es largo, monótono y peligroso. La trocha contornea las laderas de cerros y montañas abriendo abismos y barrancos insondables. En las ocho penosas horas que toma recorrer esta vía se debe superar una altura cercana a los cinco mil metros, para luego ir descendiendo lentamente hasta que la selva aparece como un resplandor.

El valle es surcado por el río Apurímac, que discurre de sur a norte en el margen nororiental de la región Ayacucho, el extremo norte de Cusco y el suroeste de Junín. Su caudal, que termina confluyendo con el Ene, abarca un área aproximada de un millón de hectáreas ubicadas entre los 400 y 2.500 metros de altitud.

El pueblo de San Francisco constituye el acceso a este desconcertante paraje. La vegetación, los mototaxis y un insoportable sopor le recuerdan al visitante que está en medio de la selva. Pero, a diferencia de pueblos como Tingo María, Tocache, Aguaytía o Aucayacu, aquí no se vive con la alocada despreocupación que caracteriza a los charapas. Por el contrario, los habitantes del VRAE son más bien taciturnos, casi melancólicos. La explicación a esta conducta estaría en que la cultura serrana aún impregna las costumbres del lugar.

En el valle, el suave rumor del quechua se deja sentir en las conversaciones familiares y en la decena de emisoras que satura n el espacio radioeléctrico. Los noticieros y los comentaristas más contestatarios recurren al runasimi para hacer sentir sus protestas y reclamos. La música que marca el ritmo del lugar es, sin discusión, el yaraví y el huayno, aunque los más jóvenes prefieren la cumbia tropical andina.

Esta no es la única característica peculiar del lugar. La abundancia de camionetas cuatro por cuatro llama la atención, especialmente porque en el VRAE --según cifras oficiales-- nueve de cada diez personas son pobres. En San Francisco (Ayacucho) y Quimbiri (Cusco), poblados separados por Apurímac pero unidos por un extenso puente, prosperan los restaurantes, las cantinas, los billares y en especial las casas agroquímicas que ofrecen abiertamente fertilizantes y productos para acelerar el crecimiento de la hoja de coca. Entre tanto negocio floreciente destacan los centros odontológicos, que promocionan sus bondades con espléndidas gigantografías. Quimbiri incluso cuenta con su propia zona rosa, un conglomerado de casuchas al borde del río donde la música, los malos olores y los malos presagios se adueñan del ambiente. Muestras claras, indican los habitantes más recatados, del auge del narcotráfico.

Y es así como el VRAE existe en el imaginario nacional: una región apartada en donde el tráfico de drogas y la violencia senderista campean. Las menciones que hace la prensa del valle están siempre relacionadas a dos hechos: las ocasionales incursiones de una de las dos facciones de Sendero Luminoso que persisten en empuñar las armas; y porque esta cuenca --según los analistas-es hoy la principal productora de cocaína del Perú, dudoso sitial que ostenta recientemente.

El cultivo de hoja de coca, sin embargo, ha signado la historia de este valle desde que los jesuitas lo introdujeran en el siglo XVII.

BREVE HISTORIA

El valle fue dominado por asháninkas y campas desde tiempos inmemoriales. Para estas etnias, el lugar era un espacio sagrado, un territorio que les proveía de todo lo necesario para la subsistencia mediante la caza, la recolección y una incipiente agricultura.

Todo cambió cuando los jesuitas llegaron al lugar a comienzos del XVII. El afán evangelizador y la visión económica de esta Orden la llevaron a colonizar tan alejado paraje. Junto al catecismo, los sacerdotes introdujeron la agricultura extensiva de la hoja de coca y la ganadería.

Luego de la expulsión de los jesuitas, los franciscanos tomaron la posta y a comienzos del siglo XIX erigieron el pueblo que lleva el nombre del fundador de su Orden sobre una de las márgenes del río Apurímac. Años más tarde, les siguieron los pasos miles de campesinos que escapaban de la pobreza y las penurias de las serranías ayacuchanas. En pos de sus almas, a mediados del XX arribarían otros misioneros. Pentecostales y presbiterianos predicaron la nueva fe en ambas márgenes del Apurímac. Finalmente, en la década de 1980 un fundamentalismo de nuevo cuño hizo su aparición: las huestes senderistas que reclamaron para sí las mentes y las vidas de los lugareños.

Hasta mediados del siglo xx --como señala Ponciano del Pino (1)--, el valle fue principalmente un productor de coca, pero solo a fines del XIX se convierte en un atractivo polo comercial para las poblaciones serranas y se conecta con el circuito ayacuchano. La coca y el aguardiente (elaborado de caña), dos mercancías sumamente apreciadas por los campesinos, fueron el imán que atrajo a la zona a inmigrantes, hacendados e incluso a viajeros como Antonio Raimondi, quien elogió la belleza y el potencial del lugar.

[ILUSTRACIÓN OMITIR]

Las favorables condiciones de la zona provocarían la primera ola migratoria de importancia hacia el VRAE. Entre fines del siglo XIX y el primer tercio del xx, pobladores de Huanta y La Mar se asentarían en el lugar. En 1907 el valle contaba con 3.000 habitantes que cultivaban 2.000 hectáreas: 911 de coca, 135 de caña y alrededor de 1.000 de diversos productos (frutales, café y otros). (2)

Hacia mediados de la década de 1960, el boom del café produjo la segunda ola migratoria. El Perú entonces era el tercer productor mundial de este cultivo. El incremento del precio internacional y el fomento del Estado, así como la construcción de la carretera Ayacucho-TamboSan Francisco (1964), generaron una masiva oleada migratoria hacia el valle.

La intensa migración generó nuevas demandas de tierras [...]. Sin ningún tipo de planificación ni control estatal se ocuparon tierras 'libres'. La colonización desbordó hacia la margen derecha [...]. Entre 1965 y 1970 se dio la mayor afluencia de migrantes que en los años siguientes tomaron tierras en algunas zonas basándose en La Reforma Agraria de 1969. (3) El valle prosperó gracias al café y el cacao, hasta que la presencia de Sendero Luminoso dinamitó este desarrollo. En 1983 aún era rentable sembrar estos productos, que junto a las frutas ocupaban la mayor parte de los cultivos, pero la violencia impuesta por Sendero ahuyentó a comerciantes, productores y financistas. Al mismo tiempo, desde las serranías de Ayacucho miles de personas, incluso comunidades enteras, arribaron al lugar escapando del baño de sangre desatado por las huestes de Abimael Guzmán y la represión que aplicaban los infantes de...

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