Cloro de culebra

Por gustavoRodríguez

Así como las epidemias pueden acelerar reformas sanitarias benéficas, también pueden promover estrambóticas curaciones en quienes nos rodean. Para demostrar que no es un fenómeno moderno, voy a citar a Daniel Defoe, quien hace tres siglos escribió ?Diario del año de la peste?, amparado en crónicas y testimonios de la epidemia que diezmó Londres entre 1665 y 1666.Relata Defoe que por entonces muchos londinenses ?se aprovisionaron de tal cantidad de píldoras, pociones y preservativos ?como se los llamaba? que no solo desperdiciaban su dinero, sino que se envenenaban anticipadamente por miedo al veneno de la infección [?]. Por otra parte, los frentes de las casas y las esquinas de las calles fueron pegoteados con afiches de doctores y anuncios de charlatanes ignorantes que se metían a médicos e invitaban a acudir a ellos por remedios que generalmente eran adornados con floripondios como estos: ?Infalibles píldoras preventivas contra la peste??.Si cambiáramos ?los frentes de las casas? por ?muros de Facebook? y ?la peste? por ?el COVID-19?, Defoe habría descrito los testimonios de varios conocidos que últimamente he encontrado en las redes. No son pocos los que, por ejemplo, están bebiendo dióxido de cloro como un tratamiento preventivo. El CDS ?o ?suplemento mineral milagroso?, que es como muchos lo compran sin preocuparse de que el nombre ya suene a estafa? es una solución al 28% de clorito de sodio en agua destilada y, como es primo hermano de la lejía, muchas instituciones públicas han alertado sobre su consumo. A pesar de que Jim Humble, su descubridor ?un antiguo buscador de oro?, vende la botella a 26 euros y ha dicho que piensa erradicar el 95% de...

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