Chile tiembla.

[ILUSTRACIÓN OMITIR]

Chile y el Perú no tienen muchos parecidos. A primera vista, los chilenos son mucho más ordenados y eficientes; y nosotros, según nosotros mismos, somos desordenados e ineficientes.

Así nos miran y así los miramos.

Que miramos, no hay la menor duda. Lo hacemos todo el tiempo. Nos comparamos, nos vemos los defectos y las virtudes, nos queremos y nos odiamos, todo cada cierto tiempo. No podemos vivir tranquilos sin miramos las caras. Es una tremenda atracción fatal. Sobre todo si seguimos los consejos del mariscal Ramón Castilla: "Si Chile tiene un barco, el Perú debe tener dos".

Lo que sí compartimos es el suelo herido que nos sostiene, una larga tripa de arena, una cordillera y un mar frío y rico en peces. Compartimos una placa que no se ubica del todo y nos zamaquea. Nos saca de las casas, nos cubre de escombros, nos azota. Una vez somos nosotros, otras veces son ellos. Nos ayudan y los ayudamos. Nos olvidamos de nuestras guerras, de nuestras disputas en la vieja quinta, de nuestro viejo malestar en el vecindario y corremos a socorrerlos o ellos vienen hacia nosotros en son de paz.

Somos dos pueblos hermanos, hermanados, con toda la bronca de los hermanos. No llegamos a ser Caín y Abel, pero sí somos como ciertos hermanos que se disputan una agria herencia.

Ellos tienen a Neruda y nosotros a Vallejo. CoIo Colo y Alianza, la U. Católica y Universitario, Santiago Wanders y el Sport Boys.

Tenemos nuestro Pinochet y nuestro Fujimori, y hay un huevo de gente que los adora...

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