El cerro es el limite.

AutorAcosta Aguirre, Norma
CargoDía de Todos los Santos

[ILUSTRACIÓN OMITIR]

El primero de noviembre, Día de Todos los Santos, los estudiantes de antropología celebran sus propios rituales recorriendo desde temprano los cementerios de la capital, sobre todo aquellos ubicados en la periferia. Con sus cámaras, libretas de apuntes y grabadoras, parecen periodistas. Pero mientras sus primos metodológicos registran comilonas, bailes, brindis y testimonios para la crónica del día, los antropólogos tratan de comprender, a partir de esos mismos materiales, los fenómenos sociales que están tras el color y la fiesta.

El ritual es uno de los tópicos favoritos de la antropología. En las investigaciones antropológicas sobre la muerte, la prioridad ha estado en las prácticas rituales que actualizan la relación entre vivos y muertos; el cementerio en sí mismo no tiene mayor importancia, aparece como simple telón de fondo. La comunicación ritual y periódica con los muertos en el mundo prehispánico--los muertos seguían siendo parte del ayllu--puede considerarse un hecho social total, en la medida en que los lazos religiosos con los antepasados ordenaban las relaciones sociales del mundo de los vivos en los planos económico, familiar, político y hasta territorial. (1) En ese sentido, estudiar el ritual contribuye a explicar cómo funcionaba el ordenamiento social. Pero en los cementerios de Lima las prácticas rituales tienen otro sentido.

Libar con el muerto, pintar su tumba o encargar sus canciones favoritas a las comparsas de turno, son actos que expresan la necesidad de mantener vivo un lazo aunque este no tenga un efecto socialmente ordenador o cohesionador.

Desde el año 2004, cuando visité por primera vez un cementerio como estudiante de antropología, entendí con claridad que el estudio del ritual no era lo mío. A míme impactaba la precariedad de los entierros, el anonimato en que muchos mueren en esta ciudad, la apropiación del espacio expresada en la disposición de las tumbas. Me interesaba también el crecimiento progresivo de cementerios periféricos de la capital, al lado de los asentamientos humanos, originados por migrantes e informales ambos. El cementerio no era para mí un telón de fondo de prácticas rituales; aparecía más bien como un producto social, resultado de la acción de las personas, cuyo estudio permite entender cómo estas se relacionan y construyen significados en un momento determinado.

Definitivamente existe una relación entre nuestro objeto de estudio y nuestras motivaciones. Durante años el cementerio fue mi tema de estudio. Visité varios en la capital, recogí historias, censé tumbas, presencié entierros, festejé días de los muertos hasta que el tema me agotó. Hoy, temas menos fúnebres ocupan mi pensamiento. Antes de enterrar este capítulo de mi vida antropológica, quiero aquí compartir impresiones sobre la formación de cementerios de migrantes en la capital y sugerir líneas de investigación para aquellos a quienes el cementerio y la muerte...

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