El centro político, ¿solo para Humala?

Por Juan Paredes Castro. Editor Central de Política

En el Perú, cada campaña electoral se polariza tanto que se convierte por momentos en una fiesta de irracionalidad: consentida y celebrada.

Cualquier futuro electoral distinto debería pasar por evitar lo que trae el grotesco carnaval político: el engaño, la astucia, el baile de máscaras, la sombra que delata al que se esconde y el bulto de quien no puede ponerse a la sombra.

La transparencia democrática no tiene que ser una ONG sino la razón de ser de un sistema político respetable.

Hay que aprender a aquilatar desde una elección presidencial que asegure la alternancia en el poder sin que el Estado deje de funcionar, hasta una revocación municipal que proteja un derecho constitucional válido, al margen del voto por el Sí o por el No.

El JNE ya no debería ser sorprendido con firmas, hojas de vida y tachas que favorecen o cuestionan a los elegidos demasiado tarde, cuando estos gozan de poder político e impunidad.

¿De qué autoridad y de qué electores hablamos? ¿De autoridades pintadas en la pared? ¿De electores que creen pasar por distraídos, ingenuos o idiotas?

Con electores así, el voto ciudadano que delega poder y representación vale poco a o nada en manos de demagogos, autócratas y corruptos.

No es que esta fiesta de irracionalidad no pase en las tres cuartas partes del mundo o más.

Ocurre que en el Perú parece serlo todo a la hora de la disputa por el poder presidencial, parlamentario, regional y municipal. ¡Ese es el problema!

No hay acuerdos mínimos que respetar. Ni pactos éticos reales. No hay puntos fijos capaces de unir los extremos. Ni políticas o proyectos de mediano y largo plazos que comprometan a izquierdas y derechas. No hay referentes de consenso...

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