Se busca a Kymper.

AutorGuti

Como escribí en esta misma revista (Quehacer, 132), mis novelas Hombres de caminos (1988), La violencia del tiempo (1991) y Babel, el paraíso (1993) tienen como secreto referente la guerra interna que por más de una década conmovió a toda la sociedad peruana. Corriendo el riesgo de sonar demasiado dramático, pienso que, para bien o para mal, estas novelas (a las que hay que agregar ciertamente mi ensayo La Generación del 50: Un mundo dividido, libro que ha sido criticado hasta el vituperio por un sector de la crítica) están signadas por ese contexto de violencia que condicionó en más de un sentido mi imaginación y mi propia escritura. Salvo mi ensayo que aludía de manera explícita, casi frontal, a la realidad inmediata de la guerra subversiva, mis novelas eran indagaciones sobre las raíces de la violencia y la manera de ser de los peruanos (>), e incidían en el tema de la rebelión popular con sus diferentes formas, desde aquellas comandadas, según la denominación de Hobsbawm, por > como eran los bandoleros, hasta aquellas que se convirtieron en revoluciones sociales por su orientación socialista o marxista-leninista. Si, por ejemplo, en L VT se cuenta los últimos días de la Comuna de París de 1871 (al decir de Lenin el primer capítulo del proceso de las revoluciones proletarias en el mundo), en Babel, en forma de parábola burlesca se reflexiona sobre el socialismo, el poder y la convivencia humana, teniendo como trasfondo la descomposición y hundimiento del mundo socialista hasta la derrota de Sendero Luminoso y el MRTA.

Por los furores que la caracterizaron, por las dimensiones que alcanzó y por sus repercusiones en la vida social y cotidiana de los habitantes del país, la guerra interna incitó (y aún sigue incitando) a los narradores de todas las generaciones vigentes --digamos desde C. E. Zavaleta, nacido en 1928, a Daniel Alarcón, nacido en 1977-- a escribir, con diferentes registros, cuentos y novelas sobre o en relación a ella, no pocos de los cuales resultaron textos perfectamente válidos por el nivel literario alcanzado. En cuanto a mí, después de Babel me propuse escribir de manera urgente una novela que estuviera ambientada directamente en los años más duros de aquella guerra. De modo que empecé más de un proyecto, ninguno de los cuales pude avanzar demasiado, en parte, por la cercanía de los sucesos, por otra, por coerciones que tenían que ver con mis propias convicciones ideológico-políticas y, sobre todo, porque seres muy cercanos a mí perdieron la vida luchando por los ideales en que creyeron. Entre tanto escribí otras novelas y libros de ensayos, hasta que paso a paso (y de acuerdo con los imperativos del arte de la novela) creo estar logrando transformar en ficciones todo ese mundo abrumador de hechos desmesuradamente cruentos y de sensaciones igualmente extremas que se desencadenaron en el contexto de esta guerra.

Como una novela de estructura polifónica excede mis actuales posibilidades creativas, me he propuesto escribir ficciones que proyecten desde muy distintas perspectivas imágenes parciales pero valederas sobre tema tan complejo, incluyendo por cierto una novela que aborde el punto de vista de aquellos que tipificaron como > al conjunto de sus acciones, donde los actos de terror formaron parte destacada de su controvertida estrategia. Confesiones de Tamara Fiol (ahora en proceso de corrección final) y Se busca a Kymper (título provisional) las concebí como una suerte de introducción (y con movimientos que van de la periferia al centro) a un proceso que por sus alcances sociales, políticos y humanos resulta excesivo e intimidante, por lo menos para los narradores que no ven la guerra interna que estremeció a nuestra patria solo como un tema literario o como mero entretenimiento.

El texto que ofrezco a continuación corresponde al capítulo VI de Se busca a Kymper, cuyo primer esbozo argumental publicó Quehacer en el número señalado al inicio de estas notas.

VI

Menos mal que el edificio contaba con su propio grupo electrógeno. En el ascensor puede observarla bajo la luz blanca de los fluorescentes. Por fortuna Nicolás no estaba en la portería y ningún otro inquilino ha tomado el ascensor. ¿Qué edad tiene la chica? A medida que se acerca a la vejez, Kymper ve a los muchachos cada vez más jóvenes. A él le parece que Maya tiene quince o dieciséis, pero sospecha que debe andar entre los dieciocho y los diecinueve años. En todo caso debe ser menor que su hija Elvia, que según recuerda ya debe de tener más de veinte años.

Con los zapatos de taco cuña luce como una mujer de talla mediana, aunque es más bien menuda, de rasgos finos y ojos vivaces y la mochila le confiere un cierto aire de estudiante de secundaria del horario de la nocturna de un colegio nacional. Tiene una hermosa cabellera negra que peina con frisados y su piel es morocha y dorada como el color del trigo.

Llegan al piso, salen del ascensor y en seguida Kymper abre la puerta del departamento, prende las luces y hace pasar a la chica.

--¡Pucha! ¡Qué tal depa! --exclama Maya; luego baja la voz --. Oye, ¿y tu mujer? ¿Y tus hijos?

--Tranquila. Toda mi familia está en el extranjero --miente, como viene mintiendo desde que empezó su vida de fugitivo--. No te preocupes.

--¿O sea que este es tu jato? Quién diría con la cara que te manejas. Por eso tienen razón las tías cuando dicen que todos los hombres son unos sinvergüenzas miserables. Pero este no es mi problema, papito. Oye, ¿puedo echar una mirada?

--Por supuesto. Adelante.

Al recorrer cada una de las estancias, Maya va prendiendo todas las luces. En la sala se tira en el sofá para comprobar el mullido. Se asoma a los dormitorios, en la cocina se demora jalando y cerrando cajones y vidrieras. Pero es el baño lo que más la entusiasma con la profusión de luces y espejos, la ducha y la gran tina de mármol, y el perfume de los cosméticos y lociones.

[ILUSTRACIÓN OMITIR]

La chica manifiesta sus emociones utilizando una jerga juvenil que a él le es ajena. Es un dialecto ornado de superlativos cuyo destinatario es un hipotético >. >. Del baño (del >, como lo nombra ella) está diciendo que >, mientras mira deslumbrada la tina.

--¿Puedo usarla? --le ruega--. Necesito un baño largo y rico. Todo el día he estado en la calle y debo estar hecha un asco. Lavaré mi ropa interior. Lástima que no tengo qué mudarme.

--Busca en el clóset del dormitorio, querida. De repente encuentras algunas prendas que te pueden servir.

Maya dice y se dirige entusiasmada al dormitorio. Después de un rato regresa a la sala.

--Te pasaste, papito --le dice--. Tus hembritas deben adorarte. Toda la ropa es de marca. ¿La compraste en Miami? Pero no quiero abusar. Sólo usaré esta camisa larga para salir del baño. ¿No te molesta que me demore un poco en la tina, verdad?

--Tómate todo el tiempo que necesites. Pero dime una cosa, ¿has comido?

--Desde el desayuno no he comido nada, salvo un jugo de papaya con algarrobina. Franco, no me caería mal comer cualquier cosa. Siempre que no sea demasiada molestia.

--Mientras te bañas voy a preparar algo.

--Cuando me baño me gusta escuchar música. Pero por el apuro no traje mi walkman y lo peor es que se me han acabado las pilas. ¿Me permites usar tu equipo?

--Claro. ¿Qué música te gusta?

--Salsa. Al rock no le entro del todo. Rufo dice que la única música honorable es el rock. Afirma que las personas que no gozan del rock no son seres humanos. Pertenecen a otra especie. ¿En tus tiempos existía el rock?

--Soy de la época de Elvis Presley. Tamara, una gran amiga, fue de las primeras muchachas que bailó el rock en Lima. La vi por primera vez cuando bailaba encima de una mesa de un bar de La Victoria un rock de Bill Haley y sus cometas. Fueron buenos años ... Pero me estabas contando. Este Rufo, ¿es tu novio?

--Nada que ver. Ni lo pienses. Es un pata genial. Claro que también es un maldito. Un maldito de cara linda y voz suavecita. Como a las otras chicas de su harem, a Janeth, que está templadaza de él, la trata como a una esclava. Por eso ella agarró la nota de ir a las discotecas donde sólo se baila rock. Pero yo sé que en el fondo Janeth es salsera y hasta le gusta la música chicha y todo lo andino. Pobre idiota. Hasta comenzó a vestirse de negro para ser satánica como Rufo. Y ahora ella ha desaparecido.

--No te desesperes, Maya. Te apuesto que en cualquier momento va a aparecer. No más angustias esta noche. Mejor volvamos a lo que estábamos conversando. Dime, ¿te gustan los huaynos?

...

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